Parece que no mejora

Miércoles 29 de Agosto, 2007

El día de la fruta ha empezado para los dos. Cuando me levanto para ir a desayunar, me sorprendo al ver que Jose está comiendo fruta. Realmente se lo había tomado en serio. El problema es que no tenemos casi nada de fruta. Por suerte todavía quedan almendras y nueces, que sirven para llenar el buche.

De camino al laboratorio nos paramos en la frutería y compramos kilos de fruta: naranjas, manzonotes, ciruelas, uvas, plátanos.. Suficiente para todo el día y seguro que sobrará. Lo metemos todo en mi mochila y nos vamos camino a la universidad.

Llevo unos días olvidándome el pasaporte, pero el guarda suele tenernos vistos y hace la vista gorda. Hoy no hay tanta suerte y tenemos guarda nuevo. Como no llevo pasaporte, tengo que abrir la mochila para que la registre. El hecho de llevar cinco kilos de fruta no parece asombrarle mucho. Debe haber visto cosas muy raras este chico.

Hoy por el trabajo sólo aparece Mytal. Todos los que ayer se habían pasado el día entero aquí, hoy están descansando en su casa. Lo cual me hace pensar que deberíamos tomarnos más días libres. Mytal sigue intentando, cada vez con más éxito, que el robot aspiradora vaya en línea recta.

Llega la hora de comer y Mytal tiene que ir sola a por la comida. Nosotros ya tenemos la fruta. Meto unas cuantas piezas en una bolsa y me las llevo al lavabo para limpiarlas. Acabo antes de que vuelva Mytal, así que tenemos que esperar a que regrese con su ración de shawarma.

Mytal no acaba de entender el concepto "día de la fruta". Tampoco me extraña, ni siquiera yo acabo de comprenderlo del todo, pero ya me sé la manera de explicar sus virtudes. Sirve para purgar, aporta vitaminas, y el subidón de azucar es increíble. Pero a Mytal no le gustan las verduras ni la mayoría de las frutas, así que es un caso perdido.

Hoy también nos vamos muy tarde del trabajo, volvemos a ser los últimos. Es un récord que no me enorgullece mucho, pero seguro que Gal estaría muy satisfecho. Ni siquiera tengo el placer de cocinar para la cena. Jose ha conseguido pasar el día a base de frutas. Solo se ha permitido dos cafés con leche (que no son fruta), muy bien para ser su primer intento.

Lehitraot

Suerte que cenamos

Martes 28 de Agosto, 2007

Tengo bloqueo del escritor, jajaja, eso estaría bien si fuera un escritor. Supongo que tengo bloqueo del no escritor. Hoy es un día horrendo. Me paseo durante el día sin ningún aliciente. Ya sabes lo que va a pasar a lo largo del día y encima solo empeora.

Hoy hemos llegado pronto al trabajo y nos hemos ido tarde, demasiado tarde. Pasarse tantas horas encerrado en un sitio, aunque tenga aire acondicionado, no es bueno. Me siento en la silla, delante del ordenador y me faltan los ánimos para trabajar. Puajjj.

Lo mejor de todo es que ni siquiera hemos sido los primeros y últimos en marcharnos, como de costumbre. Son las diez pasadas y todavía hay gente por aquí. Yo estoy deseando marcharme.

Lo único que me alegra el día es cocinar algo para cenar. Pero mi estado de ánimo debe pasar factura en la comida. La pasta sale bien, pero la salsa no es para tirar cohetes. Me he pasado con el atún y con el agua, pero es comestible. Jose y yo aprovechamos para ponernos las botas. Mañana él también se anima a hacer el día de la fruta, así que aprovechamos hasta el final la última comida consistente.

Mientras estamos charlando, ya pasada la media noche, el vecino de la casa del otro lado del patio sale de su casa. Está visiblemente molesto por el escándalo que estamos formando. Nos hace un gesto grosero y nos manda callar en hebreo. Tiene su gracia, es precisamente de esa casa que salen los ladridos del perro que no nos dejan dormir tranquilos la mayor parte de las noches. Lástima que no pueda descargar mi ira acumulada por no saber hebreo.

Mañana será otro día.
Laila tov

Escalada en grupo

Lunes 27 de Agosto, 2007

Los días de trabajo se vuelven todos iguales, así que a no ser que pase algo interesante no voy a molestarme en contar lo de siempre. Hoy por suerte hemos quedado para escalar y nos marchamos a una hora decente del laboratorio: las siete menos cuarto.

Primero vamos al apartamento, donde hemos quedado con Najum. Nos preparamos rápidamente, y salimos para el coche. Lo bueno de ir con alguien a escalar, es que te ahorras la pateada en bici. Najum, que al principio estaba pegado al teléfono, para variar, está muy animado. Me confiesa que incluso ha estado mirando por internet información sobre escalada. Él estuvo visitando a su hermano en Francia y pasó por FountainBleau, y ahora se da cuenta de lo que ese nombre significa para un escalador: La meca.

Hoy en el rocódromo hay un montón de chavales de menos de 15 años. No todos tienen pareja, así que como somos tres, mientras dos están escalando al tercero se lo rifan para que le asegure. Es divertido ver como intentan, sin ningún tipo de miedo, encaramarse por las paredes y saltar de un sitio para otro intentanto llegar a lo más alto de la pared.

Najum está hecho una máquina, el problema que tiene es que usa unas zapatillas para correr, que no tienen mucha adherencia a la pared. Cuando empieza a intentar rutas muy difíciles, le dejo mis pies de gato para que tenga alguna oportunidad. Ya me está preguntando el precio de un equipo completo, me siento como un camello en la puerta del colegio: "Toma,toma! Que a esta invito yo."

Algo más tarde de las ocho, llega Dean con un amigo: Doron. Se criaron juntos en el kibbutz. Doron no escala de primero, así que primero Dean me lo presenta, después escala un par de veces con él y rápidamente le presento a Najum y Jose para que puedan escalar juntos. Dean y yo así nos podemos dedicar a divertirnos.

Hoy estoy que me salgo, y mira que al principio he notado un pequeño tirón en la espalda. Un poco más de calentamiento y deja de molestarme. Dean y yo empezamos por una ruta que ya habíamos hecho y nos vamos directos a probar algunas de nuevas. Todas ligeramente desplomadas, así hay que hacer brazos.

Dean hoy está hecho polvo. El día de trabajo ha sido duro y ha tenido que cargar con muchos troncos. No tiene el aguante suficiente para acabar las vías nuevas del tirón y no le gusta tener que pararse a mitad. Yo por mi parte, consigo hacer las dos nuevas vías, una de ellas a vista. Lo cual significa hacerla a la primera y sin reclinarse en la cuerda. Dentro de mi cabeza no paro de hacer bailes de celebración.

Dean y Doron se marchan pronto, sólo han estado una hora y poco más. Dean está destrozado, pero ese no es el motivo principal. Doron tiene una cita con una chica nueva en el kibbutz. Dean me comenta que está muy buena. No es plan de llegar tarde.

Yo pensaba que Jose y Najum ya estarían cansados a estas alturas. Nada más lejos de la realidad. Aún les queda cuerda, sobre todo a Najum. Mientras sube una pared nueva, le tengo que explicar un par de movimientos nuevos para que la pueda subir. Hoy ha aprendido a hacer cambios de pie y movimientos dinámicos. Aprende súper rápido.

Najum sigue teniendo cuerda y Jose opta por ponerse a hacer abdominales mientras nos mira. Llega un momento en que nosotros tampoco podemos más. Justo en el instante que los encargados del sitio nos avisan de que es hora de marcharse. A cenar!!

Volvemos a ir al mismo sitio que la última semana. Debe ser su sitio favorito de la zona. A nosotros también nos gustó el otro día y no nos importa repetir. Pero hoy comemos pizza, que nos calientan en un horno enorme que tienen a la vista. La pizza está buenísima, sobre todo cuando le espolvoreas las especies que te dan en un sobrecillo. Najum está tan cansado que ya no controla la fuerza de sus brazos. Dos veces se pasa al llenar el vaso y otra vez lo derrama enterao al golpearlo en un movimiento patoso. Por suerte, ninguna de las pizzas sufre las consecuencis de su falta de control.

Mientras comemos, Najum recibe un sms de Bat Amí, la amiga de su novia, invitándonos a todos a cenar en su casa el próximo viernes. Jose y yo no tenemos planes y la comida gratis siempre es bienvenida. Además, aprovecharemos para practicar la tortilla española, si es que no le importa que llevemos un plato típico de la madre patria.

Hablando del fin de semana, que será el último para Jose, nos damos cuenta de que no hemos planificado nada todavía. Najum nos propone ir a tomar algo por ahi el jueves. No es muy fiestero que digamos, pero seguro que nos lo pasamos bien. También tenemos intención de ir a Jerusalén otra vez, pero como queremos ver las mezquitas sagradas, tendremos que ir el sábado y domingo.

Najum nos lleva a casa, después de hablar con Mijal, que le echa bronca porque ya prevé que llegará tarde a buscarla. Dos días seguidos durmiendo como angelitos.

Laila tov.

A correr

Domingo 26 de Agosto, 2007

Después del mar muerto, no hay nada mejor que ir a trabajar. Te hace sentir tan vivo. Los días de trabajo después de más de un més en un lugar nuevo ya no tienen casi nada de interesante. Al menos para contar a los demás. A lo mejor algún amigo friky aguantaría un párrafo sin bostezar, o empezar a pensar en otra cosa.

Así que vamos a obviar el trabajo, el shawarma, el calor y la caminata en bici. Y vamos a pasar directamente a la vuelta de trabajo. Hoy Jose ha visto un momento de debilidad en mi y se ha aprovechado de ello. Me ha convencido para ir a correr.

Me pongo las zapatillas de correr (es la cuarta vez que me pongo desde que estoy en Israel) y vacío los bolsillos par no ir perdiendo monedas por el camino. Bajamos las escaleras hacia el patio para ver a los gatos salir despedidos en todas las direcciones. Los más jovenes se siguen asustando al vernos, los mayores ni se inmutan, pero hay uno que se nos acerca a por caricias. El pelirrojo. Lástima que tengamos una cita con los pingüinos.

El primer tramo va viento en popa, Jose marca el camino y el ritmo y yo le sigo. Atravesamos Giv'at Shmuel por sitios que yo todavía no había visto. Esto de correr hasta parece divertido... al principio. Cuando llegamos al cruce de la autopista la cuesta arriba del puente ya empieza a doler un poquito, pero es manejable. Adelantamos a varios peatones y nos adelanta una pareja en moto. Aquí los motoristas usan los puentes para peatones como cambio de sentido en las autopistas. Las normas de circulación se las saltan a la torera.

Cruzado el puente entramos directamente en su territorio. Los pingüinos están por todas partes. Como no ven la televisión, ni escuchan la radio, ni internet, ni usan ningún otro tipo de gadget moderno, lo mejor que pueden hacer es salir a la calle a pasar el rato con los vecinos. Los primeros 200 metros a través de pinguland son entretenidos, porque todavía tengo la fuerza suficiente para mantener la cabeza en una posición en la que pueda observar lo que sucede a mi alrededor.

Ya entrados en su barrio, mis fuerzas han disminuido notablemente. Jose cada 50 metros se da una vuelta alrededor de un árbol para esperarme. Tengo la fuerza suficiente para mantenerme en pie y el flato empieza a ser el menor de mis problemas. Cada vez que adelanto a una manada de pingüinos por la acera, noto que dicen algo y me miran. Lo noto, porque no soy capaz de devolverles la mirada. Estoy demasiado concentrado intentando mantener la lengua dentro de mi boca, para no mordérmela en uno de los vaivenes descontrolados de mi cabeza.

Jose me anima, después de su tercera vuelta a un árbol. Estamos al lado de la fábrica de Cocacola y queda poco para volver a cruzar la autopista. Yo levanto un brazo un poco para despedirme de mis nuevas amistades y casi me caigo al perder el equilibrio. El flato es como una espada clavada entre mis costillas. En cualquier momento sale un rabino de la sinagoga y me arranca una para rememorar el génesis.

Me alegro de cruzar el puente y volver a una zona conocida y menos transitada. Aquí hay menos peligro de chocarse con el mobiliario urbano. Pero Jose aún tiene un regalito más para mi. Quiere que nos demos una vuelta por el parque que hay al final del barrio. Yo no tengo fuerzas para quejarme. Sigo corriendo, o mejor dicho caminando a base de saltitos, cada vez a más distancia.

Por alguna razón extraña no me voy directamente a casa y le sigo camino al parque. No sé si es curiosidad o delirio. Pero allá voy, a trompicones por la calle que se me hace cada vez más empinada. Lo poco que me queda de dignidad me obliga a seguir moviéndome.

El parque es una mierda, o eso me parece a mi. Es curioso como el estado de salud afecta a tus percepciones. A Jose le encanta. No solo es una mierda, sino que además es grande, enorme. Y crece a medida que te crees que está acabando. Como Jose está en forma, se propone bordear el parque completo. Yo atajo por en medio y durante 5 segundos consigo ponerme en primera posición. Jose no tiene piedad y al acabar el parque me señala a otro que le sigue. A estas alturas me siento más caracol que ser humano: voy lento, casi a rastras y dejo un reguero de una sustancia líquida, viscosa y brillante por el suelo. Mi camiseta hace sonidos obscenos mientras me abofetea la barriga.

He conseguido reunir el suficiente aliento para decirle a Jose que ya no puedo más y que voy a ir directo a casa. Lo cual es un esfuerzo enorme y casi consigo ahogarme en mi propia saliva, a estas alturas muy densa. Jose dice que le dará una última vuelta al tercer parque en sprint y en cuanto me pierde de vista dejo de correr y empiezo a caminar. Mi orgullo me obliga a ir mirando hacia atrás cada 15 segundos hasta que vuelvo a ver a Jose corriendo hacia mi. En cuyo momento empiezo a moverme a saltitos para que parezca que estoy corriendo. Cuando Jose ya está suficientemente cerca, no me queda más alternativa que correr de verdad, aunque a una velocidad reducida.

Cuando llegamos a la puerta de casa toca hacer estiramientos. No recuerdo nada desde el momento en que doblo la cintura hasta que entro en mi habitación. Solo recuerdo vagamente destellos de luz que se mueven de lado a lado, como luciérnagas.

Quitarme la camiseta es como aparecer en un sitio diferente. Pesa una barbaridad y gotea, en parte lo mismo que yo. Soy el primero en meterme en la ducha y acto seguido cenamos lo primero que encontramos. Estoy molido y Jose parece, a mis ojos, tan fresco como un Mentos. Hoy dormiré de maravilla.

Lehitraot

No podíamos caer más bajo

Sábado 25 de Agosto, 2007

El despertador consigue despertarme de un brinco. Sólo tiene ese poder sobre mi cuando hay algo importante que hacer, sino se suele llevar el manotazo mientras sigo durmiendo. Levantarme de golpe me hace dar un bajón de tensión, me quedo sentado otra vez y vuelven a aparecer mis amigos.

Pingu - "Levántate!! Hoy es un buen día para madrugar."
Joey - "Joder macho, para que tanta prisa. Con lo blandita que está la camita."
Pingu - "No hay tiempo que perder, en 30 minutos viene el taxista. Encima que le haces trabajar en shabat no harás que te espere."
Joey - "Bueno pringaos, no estoy como para discutir con vosotros a estas horas."

Joey se ha acurrucado en mis sábanas y yo ya no tengo sitio para dormir. Entre los dos han conseguido desvelarme. Voy dando tumbos hacia la cocina y veo que Jose está en la misma situación que yo, pero a él le incordian dos pingüinos en vez de uno. Es lo que tiene irse a correr por su barrio.

Nos da tiempo a desayunar y poco más antes de que suene un claxon e inmediatemente después mi teléfono. Al otro lado de la linea hay alguien hablándome en hebreo. "Ken, ken!" Seguro que el taxista está esperando abajo, Pingu tenía razón. Jose todavía esta poniéndose guapo, así que yo bajo a calmar la furia del taxista que no para de meterme bronca porque ya son las 7:05. Debe tener un montón de clientes a esta hora, o mas probablemente le debe remorder la conciencia pensar que podría haberse quedado pegado a sus sábanas cinco minutos más. Seguro que también conoce a Joey.

El taxista nos sigue dando la vara cuando Jose ya ha llegado. Su pelo pelirrojo oscuro super rizado le da un toque a Mafalda que me impide tomarme en serio su enojo. No habla mucho después de esto y nos lleva rápido hacia la estación de trenes Arlozorov. Donde nos pasará a recoger el autobús de visita guiada.

Las calles están vacías, así que hemos llegado con media hora de antelación. En el aparcamiento de la estación hay dos autocares y un 4x4 con una convención del inserso esperando delante. Jose y yo nos miramos, asustados, y vamos a preguntarle al que parece el guía. Por suerte ninguno de los dos autocares es el nuestro, pero el 4x4 tampoco lo es. Debemos haber llegado demasiado pronto. Mientras esperamos, me acuerdo de que hoy es el cumpleaños de Jose: veinti-to-dos. Lástima que no tenga ningún regalo para él.

Llegan las 7:45 y no hay señal de nuestro autocar. Los guías de los otros autocares nos han dicho que estamos en el sitio correcto. Intentamos llamar a la central pero nadie nos coge el teléfono. Antes de que nos entre el pánico llega nuestro autocar y baja de él nuestro guía. Uri es un señor de más de sesenta años, con el pelo blanco y bien afeitado. Habla un inglés correcto, con un par de frases que le encanta repetir: "Ladies and gentleman", "for the time being", entre otras. Un tipo curioso.

La primera parte del trayecto es de camino a Jerusalén, donde recogeremos a algunos turistas más. En el autocar hay cinco chinos, dos argentinos, dos francesas, tres polacos y cuatro españoles. Los chinos intercambian emails, pero los españoles no nos hacemos mucho caso. La diferencia de edad es demasiado pronunciada.

Por el camino Uri hace buen uso del micrófono del autocar. Nos explica tantas cosas interesantes de lo que vemos por el camino que solo consigo recordar una: el mar muerto es la zona más baja del planeta, a 400 metros bajo el nivel del mar. Estamos en un autocar lleno turistas, con todas las letras, y nos dirijimos hacia allí el día del cumpleaños de Jose. No podíamos caer más bajo.

Para empeorar las cosas, nos paramos cerca del kibutz En Gedi, donde hay una de las industrias del mar muerto. Se trata de una planta que usa los minerales del mar muerto para hacer productos de belleza. Salimos del autocar y nos meten a todos en una sala donde proyectan un video explicando lo maravilloso que son para el cutis sus tratamientos. Me siento como una oveja, en una fábrica de lana, a la que atacan chicas con productos "muertos" a modo de esquiladoras. Suerte que hay aire acondicionado y un lavabo en el que poder dejarles un regalito... "muerto".

Volvemos al autocar esta vez dirección a Masada, el último baluarte de la resistencia judía ante el imperio romano. Allá en el año 67 después de cristo, los judíos se revelaron ante la opresión romana. Estos últimos, enfurecidos, mandaron a sus tropas a calmar la zona. La dura resistencia les obligó a quemar Jerusalen entero hasta sus cimientos y prohibir a los judíos vivir en la tierra que su dios les había prometido, iniciando así la diáspora. Pero Jerusalén no fue el último sitio en caer. Los últimos rebeldes habían subido a una fortaleza construida por Herodes en una meseta con vistas al mar muerto. Tres años aguantaron el sitio de los romanos en la fortaleza, esperando que los romanos acabaran por cansarse. Pero al final, utilizando cientos de esclavos, los romanos hicieron una rampa de tierra que les permitió llevar una catapulta lo suficientemente cerca como para abrir un agujero en la muralla. Cuando por fin consiguieron entrar, se encontraron los cuerpos sin vida de todos los rebeldes, que habían optado por el suicidio ante un futuro escogido por los romanos.

Hoy en día Masada es un centro turístico al que se puede subir en teleférico. Hace años que los arqueólogos israelís hacen excavaciones en el lugar. La fortaleza es todo un símbolo de libertad y coraje para los israelís, que juran bandera en ella durante su servicio militar.

Las explicaciones de Uri son rápidas. Nos lleva por todos los sitios interesantes en menos de dos horas. Hace un calor insoportable y no para de recordarnos que tenemos que beber mucha agua. Pasamos por la muralla, los almacenes de víveres, las cisternas de agua, el palacio de Herodes, los palomares, donde criaban palomas que les servían de comida y mensajeras y por último el lugar por donde entraron los romanos, desde donde se puede apreciar los restos de la rampa de tierra, bastante erosionada por el paso de casi dosmil años.

A la vuelta en el teleférico nos esperan las tiendas de regalos y zumos recién exprimidos. Jose y yo nos compramos uno de litro cada uno y nos los bebemos en un santiamén. Uri tenía razón con lo de la calor, estamos a más de cuarenta grados a la sombra.

Por fin nos vamos de camino al mar muerto. La visita nos da derecho a entrar en el spa En Gedi, que tiene una piscina de agua dulce y otra de sulfuro, una zona de baños de barro y un espacio de playa en el mar muerto. Uri nos lleva primero al comedor para que podamos comer algo. Jose y yo decidimos que eso de comer es para idiotas, sólo disponemos de dos horas para estar en el spa y no vamos a malgastar ni un minuto haciendo la digestión.

Uri nos consigue la entrada, vamos directos a cambiarnos y salimos pitando hacia el mar muerto. Un tractor, que arrastra un trenecito, nos lleva hasta la orilla del mar. Lo último que te esperas es lo que te encuentras; una playa dura como el cemento. Los minerales, en proporciones muy superiores a las de cualquier otro mar, ha formado una capa de cristal en la orilla. Para hacerse una idea, en el resto de los mares la concentración de minerales no suele llegar al 3%, aquí supera el 30%.

Jose y yo nos metemos en el agua con las chanclas. Está calentita y te deja la piel viscosa. Por suerte no escuece tanto en las heridas como nos habían advertido. Cuando nos llega el agua por la cintura, nos metemos totalmente y sucede. Las piernas y los brazos, como por arte de magia, suben a la superficie. No se me ocurre mejor manera de describirlo, simplemente flotas como una boya. Te relajas completamente y te estiras como si estuvieras en un colchón. Yo nunca he sido capaz de flotar en el mar, la sensación es de relajación total.

Pero todo esto acaba en el momento en que levantas la cabeza, que antes apoyabas en el agua. Las gotas de mar muerto corretean por tu cara y cuando una de ellas va a parar a tu ojo te das cuenta de porque nacie bucea por ahí. Más que agua, es como si te metieran una gota de ácido en el ojo y no puedes evitar llorar mientras buscas tu camino hacia la orilla, tambaleándote de lado a lado. No llevo gafas, lo cual hace la tarea más difícil. Tampoco encuentro mis chanclas y tengo que llegar a las duchas de agua dulce, que no fría, descalzo. Caminar descalzo, y a tientas, encima de formaciones cristalinas es parte del atractivo turístico, porque hay un grupo de zombies en la misma situación que yo. El agua de la ducha me quita el ácido de encima, pero me abrasa de lo caliente que está. Poco a poco te acostumbras al calor.

Jose y yo hemos aprendido la lección, nada de apoyar la cabeza en el agua. A partir de ahora a hacer abdominales. Yo me quedo flotando cerca de la orilla y me hago amigo de Debbie, una afroamericana que vive en las Bahamas. Debbie nunca ha aprendido a nadar, ella no hace mucho que vive en las islas. Su hija esta metida más adentro y su marido no tiene mucha paciencia con ella. Yo ando flotando por ahí y me quedo charlando con ella. Al final la convenzo para que confíe en mi y me deje ayudarla a flotar. La pobre tiene miedo a ahogarse y nunca se relaja del todo. Pero al menos podrá decir que ha flotado en el mar muerto. Su gratitud me hace muy feliz y los dos nos acordaremos de esta experiencia de por vida.

Ha llegado el momento de las fotos de rigor. Jose y yo posamos en el mar flotando de todas las maneras posibles. Hay que tener en cuenta que no puedes meter la cabeza en el agua y que según que posición es difícil de mantener si te has convertido en una boya. También es divertido ponerse en pie una vez has empezado a flotar. Tienes que luchar contra ellos para conseguir que bajen y mantener el equilibrio hasta que consigues encontrar el suelo. Es como llevar manguitos.

Hay que salir del mar y ducharse con agua dulce cada quince minutos. Nosotros llevamos ya cuatro zambullidas cuando decidimos que le toca el turno al barro. Cogemos el tren de vuelta al spa y nos paramos en un área en la que hay tres cubos enormes de fango. Parecen tarros gigantescos de nocilla, pero el sabor no tiene nada que ver. Jose y yo nos embadurnamos de la pasta marrón oscura y maloliente hasta que no queda ningúna señal de nuestra palidez. Tienen puestos unos espejos en los que puedes asegurarte de que no te dejas ningún espacio. La cara tampoco se salva y me va de poco que no me meto un pegote de barro en el ojo derecho. Por suerte el barro también va bien para el pelo.

Envueltos en barro nos secamos al sol, hasta que se nos agrieta la pasteta. Ya nos queda poco tiempo para marcharnos así que nos duchamos en una ducha de agua sulfurosa para quitarnos el barro y después en una dulce para quitarnos el sulfuro. Volvemos al vestuario que apesta a guiri y nos cambiamos antes de volver al autocar. Los últimos en llegar son los argentinos, que todavía no habían pagado. Sino creo que los hubieran dejado tirados.

El camino de vuelta nos lo pasamos haciendo la siesta. El mar muerto te envuelve en calma y te deja la piel divina... de la muerte. El autocar está casi vacío y podemos utilizar cuatro asientos cada uno para dormir. Pero nos queda una parada antes de llegar a Tel Aviv.

Hay una gasolinera con una hamburguesería que regenta un fanático de Elvis Presley, que curiosamente nunca pisó tierra santa. Hay dos monumentos de bronce al rey del rock y una cafetería hamburguesería decorada a base de imágenes suyas. Jose y yo aprovechamos para comer la hamburguesa preferida del rey, que sabe a gloria. De vuelta en el autocar nos volvemos a dormir.

El autocar nos devuelve a la estación Arlozorov, desde donde podemos ver los rascacielos del Azrieli Center. Jose tiene ganas de caminar, así que damos un paseo hasta allí para subir al observatorio. Es una lástima, pero a estas horas ya esta cerrado. Por suerte hay una exposición de imagenes en 3D que nos entretiene, y nos tomamos algo de beber en el centro comercial que hay en la parte de abajo.

Intentamos volver en autobús. Ya se ha hecho de noche y deberían empezar a circular pronto, además hemos visto pasar algunos 51. Pero después de esperar más de media hora le preguntamos a un chico que estaba haciendo autoestop desde mucho antes de que llegáramos. Él nos dice que no tiene ni idea, pero cuando le enseñamos el cartel del 69 se ríe y nos dice que la parada está cancelada. No tardamos mucho en conseguir un taxi que nos lleve ha Givat Shmuel.

La hamburguesa nos ha dejado sensación de empacho y no nos apetece cenar. Leemos un poco antes de irnos a dormir. A las 23:00 ya estamos rendidos.

Laila tov.

Cena Kaminka

Viernes 24 de Agosto, 2007

Por fin puedo dormir hasta que me plazca. O eso pensaba yo. Al final duermo hasta que me lo permite el sol. Y no es que yo no pueda dormir con la luz encendida, es que la ventana está puesta de tal manera que hacia las 9:30 el sol ha formado una parrilla cuadrada en medio de la cama. Mi primer instinto podría ser el de cerrar la ventana, pero noooo. Es demasiado esfuerzo levantar un brazo y buscar a tientas los portones que bloquearían el sol. Mi cuerpo prefiere acurrucarse en la zona de la cama que no sufre el acoso solar. Al final acabas por desvelarte.

Jose no está en su cama, hay una nota en la mesa de la cocina indicándome que ha subido a contrarrestar su maldición pálida a la terraza. Yo ya estoy harto del sol y no voy a ponérselo fácil para que me achicharre un poquito más. Me quedo en la terraza desayunando y disfrutando, a la sombra, de un día caluroso y bochornoso.

Nuestra enredadera, provisionalmente no carnivora, nos ha deleitado con una grata sorpresa. En medio de la maleza verde, que ya cubre la mayoría de la verja de la terraza, ha aparecido una flor. Es de lo más tropical. Predomina el blanco en sus petalos, pelos y pistilo, pero en el centro, al fondo, su color pasa a ser majestuosamente violeta. La abeja en mi se deleita y aprovecha para sacar a relucir su aguijón electrónico a modo de flash. Los pétalos hacen de telón de fondo y una melena de pelos blancos asoma desde el centro haciendo de cojín a sus partes íntimas, que en forma de cruz tientan a todo insecto volador. Tanto polen me hace venir hambre.

Hoy es mejor no comer mucho. He quedado con Dean a las tres de la tarde para ir a escalar y no es plan tener que subir otros dos kilos de alimentos y gases mientras trepas. Además, hoy vamos a cenar a casa de Gal y me parece, por el tamaño de su curva de la felicidad, que va a ser copiosa.

Aprovecho que Jose sale a comprar más crema solar y estreno la olla que compramos el otro día con Yehuda. Ya hemos decidido comer espaguetis al pesto de primero, con salmón y tomates cherry de segundo. Recién tirados los espaguetis al agua hirviendo aparece Jose por la puerta sin crema solar, pero con un pastel apetitoso. Mañana es su cumpleaños.

Preparar la comida resulta fácil, gracias a los nuevos utensilios. Mientras estamos comiendo suena mi teléfono. Es Dean que me pregunta si quiero que me pase a buscar antes de ir a escalar. Yo encantado, el sol lo va a tener crudo para achicharrarme hoy. Mañana lo tendrá más fácil.

A las tres menos cuarto vuelve a llamar Dean que, al no acordarse de como llegar a mi casa, me está esperando a la entrada del barrio. Salgo enseguida y a los 10 minutos me planto en el supermercado en el que me esta esperando. De allí vamos directos al gimnasio, por un camino desconocido para mi, del que probablemente no me acuerde en el futuro.

En el gimnasio hoy no hay tanta gente. No estoy seguro, pero creo que el sol está tramando algo y los demás ya han sido informados. De todas formas, el calor se hace soportable cuando te preocupa más la ley de la gravedad. Hoy Dean se ha desquitado de la espina de ayer, haciendo la vía pendiente a la primera. Ha sido un día bueno. Hemos hecho vías nuevas, algunas a la primera, y tenemos nuevos retos para superar. Al menos recuerdo tres.

Entre nosotros hay buen rollo, así que supongo que seguiremos escalando juntos a menudo. De momento hasta el lunes no me planteo volver a escalar, al menos necesito dos días de descanso.

Solo llegar a casa me meto en la ducha, pero cinco minutos después vuelves a sudar. Jose se ha puesto en contacto con Gal, que le ha dicho que nos pasará a buscar sobre las siete. Estoy muy cansado y me echo una siesta. Gal todavía no ha llegado para cuando me despierto, un rato después de que sonara el despertador. Pero al final aparece, un poco más tarde de lo previsto, y marchamos hacia su casa. De camino, cogemos una vía menos directa para poder ver la obra arquitectónica de moda en Israel: EL MURO. Su presencia hace que conversaciones interesantes fluyan sin dificultad.

Llegamos a casa algo más tarde de lo previsto. Todo el mundo está muerto de hambre. Antes de empezar, es de rigor una presentación. Dor, Tom y Shai son los tres hijos de mayor a menor. Oshra es su esposa, la gran cocinera, y nosotros tres somos nosotros tres. A Jose y a mi nos sigue pareciendo extraño saludar con un apretón de manos a todo el mundo, sin distinción de edad o sexo. Después de la presentación, Oshra, en estado ceremonial, enciende dos velas y recita una oración para recibir el shabat. Ellos no son religiosos, pero aún mantienen algunos rituales.

Oshra es una gran cocinera. Tanto a Gal como a ella les gusta comer. Sus hijos son algo menos glotones pero el único preocupante es Shai, que es de paladar difícil. Empezamos con un platito de pescado y verduras bastante especiado, aunque nos confiesan que habían moderado la cantidad de especias por si acaso. Suerte que nos va la marcha. Tanto Gal como sus dos hijos mayores son alérgicos al gluten. Lo cual es una lástima porque la salsa del pescado está buenísima. Yo prefiero no repetir, porque Gal ya nos ha hablado del segundo plato. El Makluba es el plato típico palestino. Está hecho a base de arroz con especies, berenjena y cordero. Aunque a Oshra le gusta más cocinarlo con pollo. A parte del Makluba, también hay patatas al horno, dos tipos de ensalada y Kebab. Suficiente para hartarse a comer, que es lo que hacemos.

Oshra y Gal son súper animados. Nos lo pasamos en grande hablando de todo tipo de temas. Desde política, viajes, comida, hasta lectura y ciencia ficción. Los Kaminka han conseguido algo envidiable; sus tres hijos, de 10, 7 y 5, son adictos a la lectura. La técnica que han utilizado están pendientes de patentarla así que no la pondré en el blog. Pero lo cierto es que sus hijos son todos muy inteligentes y da gusto hablar con ellos. Los mayores hablan inglés pero Shai sólo lo entiende. La noche pasa volando.

Para acabar, Oshra a preparado un pastel de chocolate (sin gluten). Dor, Tom y Shai llevaban esperando este momento ansiosos. El pastel está riquísimo, lo sirven caliente y con una bola de helado. Debería haber repetido, pero estaba demasiado lleno de Makluba y kebab. Ni siquera la taza de té beduíno consigue abrir el hueco suficiente.

Se han hecho las 23:00 y ya es hora de que volvamos al apartamento. Gal se disculpa porque está muy cansado y no nos puede llevar a casa. El café no le ha despertado lo suficiente. Nosotros ya veníamos sobre aviso, así que no nos es ninguna molestia. Gal llama a un taxi por nosotros y de paso llama a otro para que nos venga a buscar mañana por la mañana a llevarnos a la estación desde donde empezará la visita al mar muerto.

Nos volvemos a despedir con un apretón de manos y les agradecemos mil veces su hospitalidad. "Toda raba, toda raba". Y el taxi nos lleva de vuelta al hogar, dulce hogar.

Shabat shalom.

Mr. Dean

Jueves 23 de Agosto, 2007

Me estoy volviendo, yo también, un chico de costumbres. Hoy me vuelvo a despertar mas tarde que Jose. No se como se lo hace para despertarse a la primera vez que suena el despertador. Yo en cambio, el despertador lo apago instintivamente y me despierto media hora más tarde, pensando que llevo horas durmiendo de más.

Hoy necesito algo más consistente para desayunar. Así que me tomo fruta y el todopoderoso humus. Yehuda nos ha dicho que el humus que nos recomendó la italiana está buenísimo, él también se compró un pote para probar. Yo tengo una curiosidad enorme por probarlo, pero todavía queda la mitad de otro por terminar. Precisamente el que Yehuda nos dijo que no volvieramos a comprar nunca más.

Al trabajo llegamos los primeros, los últimos días llegando más tarde han sido sólo un fallo momentáneo y hemos vuelto a las andadas. Entramos los primeros y salimos los últimos, la vida social nos consume. Como decidimos ayer Gal y yo en la reunión, toca programar. La verdad es que me gusta la belleza que transmite un programa de ordenador bien escrito y la satisfacción de verlo funcionar. Ésto último hoy no lo puedo verificar. Me falta encontrar alguna herramienta que me proporcione los datos para ejecutar las simulaciones.

A media mañana recibo un sms en mi super móvil israelí. Dean me propone ir a escalar por la tarde. Mi destreza con el teclado del teléfono deja mucho que desear y no tiene diccionario inglés, así que le llamo directamente. Oigo la voz de Dean por primera vez y le digo que estaré encantado de ir a escalar, hace tiempo que tengo ganas de escalar de primero. Quedamos a las 20:00 en el rocódromo de Qiryat Ono.

La hora de comer llega pronto cuando estás concentrado en el trabajo. Yo no tengo ni un duro, así que tengo que realizar una transferencia bancaria para poder sacar algunos Shekels del banco. Con el bolsillo a rebosar, me paso por el puesto de shawarmas y me pido el plato, para llevar, con ensalada y humus. Mytal, que andaba por ahí con otro compañero, de cuyo nombre no me acuerdo, me dice que ya debería haber aprendido a decir "plato para llevar" en hebreo y me lo intenta enseñar. Ni siquiera soy capaz de retener el nombre un minuto, tirando a largo. Le tengo que explicar lo de mi memoria de pez.

No consigo acabarme todo el shawarma, es mucha cantidad. Lo cual es bueno, porque así ya tengo merienda para antes de quedar con Dean. Por la tarde, Jose se acuerda de que deberíamos hacer los planes para Masada y mar muerto. A lo cual llama Gal y nos ofrece su casa para cenar el viernes. No podemos negarnos dos veces seguidas y como todavía no tenemos planes, aceptamos la comida gratis.

Alon se ofrece a ayudarnos a organizar el viaje del mar muerto. En parte porque empezamos a preguntarle cómo podríamos llegar a Masada un sábado, día de descanso divino. Alón es un tipo nervioso, que me recuerda mucho a un amigo, pero con la diferencia que Alón no toma ninguna subustancia para calmarle y se percibe mucho más su nervio. En un momento, entre comentarios frikis y gestos nerviosos, nos ha encontrado una agencia de viajes que hace un tour por el mar muerto, Masada, En Gedi y otros sitios en un sólo día. Dicen que tenemos hasta las 23:00 para decidirnos. Sólo son 350 shekels cada uno. No tardamos mucho en volver a llamar, para realizar la reserva. Poco después yo me marcho camino al rocódromo. Jose hoy se queda trabajando más rato, tiene que acabar su presentación para enviársela a Gal.

Nos han avisado de que este fin de semana va a hacer un calor insoportable. El fin de semana debe haber llegado pronto, porque el camino en bici al rocódromo me recuerdan a los 2000m estilo libre, estoy empapado. En la rotonda a 100 metros del gimnasio, recibo la llamada de Dean que me avisa de que ya ha llegado, a mi me faltan cinco minutos. El tiempo que tardo en conseguir poner el candado quisquilloso a mi Ferrari.

En la taquilla del rocódromo hay un chico pagando, así que me espero a que los recepcionistas me presten atención. Cuando empiezo a hablar, mis suposiciones se hacen ciertas y el chico que está delante me dice:

Chico - "Eidrien?"
Yo - "Dean?"

Y así es como le pongo cara a su nombre. Dean es un chico de metro ochenta, de origen polaco. Rubio tirando a pelirrojo y de cuerpo atlético. Mientras calentamos empezamos a entablar nuestra primera convesación. Él vive en un kibbutz a veinte minutos de aquí. Como todos los kibbutz, el suyo también ha empezado a experimentar cambios de gestión, el comunismo inherente a su manera de ser está empezando a abrirse al capitalismo, con sus cosas buenas y sus cosas malas.

Dean se defiende bastante bien escalando. El tío está muy fuerte, pero se cansa por hacer demasiado esfuerzo. No tiene ningún miedo a caerse y un alto instinto de superación. Más adelante me doy cuenta de que es posible que eso venga de su instrucción militar. Al contrario que la mayoría de los israelís, Dean optó por intentar la carrera de oficial en el ejercito. Con lo cual ha pasado más tiempo que la mayoría en el servicio; cuatro años. Pero no le acaba de gustar, porque dice que no es divertido. Al menos es un tipo normal y no tiene tanto deje como el cuñado de Mirom.

La comunicación entre nosotros no es nada complicada. Dean habla bastante bien inglés, para haber aprendido en el colegio y mirando la televisión. Es lo bueno de no tener una industria subvencionada que te traduce todas las películas. Así nos va, que no tenemos ni idea de inglés y lo más leído es el Marca. Ay que me caliento!!

Entre escalada y escalada, envueltos en gotas de mar muerto.. y apestoso. Seguimos con nuestras conversaciones. Dean se interesa por mi trabajo, el cual intento explicarle sin aburrirle demasiado y sin que se piense que en un par de años los ordenadores empezarán a perseguirnos y matarnos en plan Skynet (frikada). Dean se ha pasado los últimos 4 años en el ejército y ahora trabaja talando o podando árboles peligrosos para la salud pública. Lo cual significa que se pasa el día moviendo troncos de un lado para otro y en el futuro le dejarán escalarlos para ser él mismo el que los tale o pode. Esto explica el tamaño de sus brazos, espalda y cuello.

Nos han quedado un par de vías pendientes para el futuro, las otras que hemos probado, las hemos realizado con éxito. Ya son las 23:00 y todavía queda una hora para que cierren. Los jueves y viernes tienen horarios distintos. Empezamos a estirar y nos marchamos a comer algo.

Los kibbutz todavía mantienen algunas prácticas comunistas, Dean ha venido al rocódromo en una furgoneta propiedad del kibbutz. Tienes que pedirla con antelación para reservarla. Pero con esto del capitalismo, ahora pagas por el kilometraje. Mi Ferrari cabe dentro de la furgo, así que podemos ir los dos juntos a buscar un sitio para comer algo. Dean todavía no ha cenado.

Cerca del gimnasio hay una especie de centro comercial donde hay algunos sitios de comida rápida todavía abiertos. Aparcamos la limusina y nos vamos directos a por un trozo de pizza. La zona está llena de chicos jóvenes que fuman cigarrillos mientras las chicas "frejot" se pasean de lado a lado. Pese a la negativa de Dean, pago yo los dos trozos de pizza. Me cuestan 9 shekels cada uno, así que ni siquiera escucho sus quejas. Para tranquilizarlo le digo que el ahorro de vuelta en gasolina del Ferrari lo vale. Él insiste en que la próxima vez se verá obligado a pagar él. Trato hecho.

Durante la comida charlamos más sobre política, los religiosos, etc... Creo que el primer encuentro ha supuesto una buena toma de contacto, y los dos nos lo hemos pasado muy bien. Sobre todo porque ya hemos quedado para volver a escalar mañana. El vicio me persigue.

Llegamos en la limusina hasta la puerta de mi casa. El cambio del aire acondicionado a la dura realidad crean una neblina en mis anteojos. Dean se rie y me ayuda a sacar el Ferrari del trailer. Nos despedimos hasta mañana.

En casa, Jose estaba leyendo en la terraza. Ya ha cenado y le fastidio el momento lectura con conversaciones banales, pero divertidas. Hoy toca hablar de la familia. Sobre todo hermanos y hermanas. Yo le hablo de Guille el terremoto y Leti la rubia. Él me habla de Bea la pija y Pili la borroca. Menudas risas.

Laila tov.

Frustración

Miércoles 22 de Agosto, 2007

Ya es miércoles otra vez, mi día de la fruta. En la nevera queda una mitad de melón enano que me como para desayunar. Jose me había dicho que hoy desayunaría y cenaría fruta, pero ya he visto el plato de cereales recién lavado en la pica. Hoy me he despertado más tarde que él, lo cual ya es habitual, y ya no está en casa. Me ha dejado una nota en la cocina diciendo que ha ido a buscar la ropa. Cuando vuelve le pregunto sobre su día de la "fruta", no lo niega. Dice que ha empezado comiendo fruta, pero le faltaba algo más consistente y ha vuelto a por más cereales.

Por fin vuelvo a tener la mochila. Como era de esperar, la calidad de la mochila no era demasiado buena, y se ha hecho evidente después de someterla al tratamiento lavandería. Ya tiene su primer descosido en un asa. La lavandería ha tardado un día más de lo habitual, decían que tenían fiesta. La verdad es que más que fiesta han tenido una juerga con borrachera incluída, porque la ropa está mál plegada y sin ninguna señal de haber sido planchada. La confianza da asco, pero esta me la guardo.

En la mochila, para ir a trabajar, meto mi material de escalada. Hoy le enviaré un mail a Dean a ver si se apunta a escalar. Ya ha acabado el curso de escalar de primero y podremos divertirnos en el rocódromo. Como soy así de despistado, me olvido de meter la fruta de la comida en la mochila, lo segundo es lo segundo.

Cuando llega la hora de comer, por listo, tengo que ir al supermercado de la universidad a comprar fruta. El problema es que no es muy grande y la variedad brilla por su ausencia. Pues toca melocotones y peras, porque los mangos no tienen muy buena pinta y no hay más opciones. Gal está reunido con dos alumnos, y nos piden que esperemos un poco para comer todos juntos. A mi me da igual, no me importa que se me enfríe la comida, los demás no parecen muy molestos. Así que mientras esperamos nos ponemos en nuestros ordenadores a hacer algunas cosillas. Me sorprendo al girarme al cabo de un rato y ver que la reunión ya había acabado y la chica ya había empezado a comer sin avisarnos. Mi cara paga y ella para de comer hasta que nos sentamos todos en la mesa.

Hoy es un día frustrante. Tengo varias ideas de como mejorar el algoritmo, pero no consigo demostrar que ninguna de ellas sea válida en todos los casos. Cuando te pasas hojas y hojas intentando resolver fórmulas matemáticas que no dan resultados, el mal humor acaba por ganar la partida. Pero al final, consigo demostrar al menos una de las mejoras. Lo cual es un alivio.

Gal se marcha de "vacaciones" hasta dentro de una semana. Lo de vacaciones es un decir, porque la que empieza a trabajar es su mujer y él se tiene que quedar en casa a cargo de los niños. Pero nos promete que leerá el correo asiduamente y responderá al teléfono siempre que lo necesitemos. Aún y así, como hoy es el último día que vendrá en un tiempo, está completamente ocupado reunión tras reunión con sus alumnos. Yo también necesito reunirme con él, pero tengo que esperar hasta las diez de la noche. Por suerte me queda un melocotón y un par de peras de la comida que uso para la cena. Gal manda a Jose a comprar la cena en el tailandés, mientras empezamos la reunión.

Al principio seguimos teniendo discrepancias sobre como resolver el problema. Pero después de discutirlo un rato, nos damos cuenta de que en el fondo estábamos hablando de lo mismo y no nos entendíamos. Eso es un alivio. Le explico lo que he estado haciendo y resolvemos que tenemos dos vías de actuación. La primera es analítica y consiste en demostrar que el problema es MUY difícil, hacer un algoritmo que encuentre una solución buena, pero no necesariamente la mejor, en un tiempo razonable y demostrar como de cerca estaría esta solución de la mejor. La segunda es implementar los diferentes algoritmos y hacer experimentos para ver cual es la mejora empírica en cada uno de los casos.

La primera opción es la ideal, pero no tenemos muy claro si vamos a ser capaces de realizarla, así que optamos por la experimentación. La verdad es que empezaba a echar de menos programar algo. La reunión acaba a las 22:45 y nos marchamos a casa para llegar algo más tarde de las once de la noche.

Yo todavía tengo algo de hambre y ataco lo que queda de fruta. Los lichis que hay encima tienen buena pinta, pero después de comerme cinco o seis, descubro una capa de pelusa que brota de las profundidades de la cesta. El melón, que todavía queda entero, también ha empezado a fermentar y consigo salvar algo menos de la mitad. Es suficiente para saciar mi hambre, pero es una lástima que la fruta se ponga tan mala, tan pronto. Es por la temperatura y la humedad. Si no lo dejas en la nevera se pudre en un periquete.

Lehitraot.

El Súper

Martes 21 de Agosto, 2007

Cada vez me cuesta más levantarme. Será porque las agujetas me siguen doliendo horrores. Por suerte, si arrastro la pierna izquierda y sólo me empujo con la derecha no las notos. Lo que si que noto es la tendinitis. De pequeño aprendí a hacer el pino, pero ahora ya no soy tan hábil y me cuesta llegar a la nevera.

Hoy en el trabajo tenemos un regalito. Mytal, a sabiendas de nuestra devoción al humus, nos ha traído un plato de la exquisita sustancia mezclada con huevos duros, aceite y una planta verde. También tenemos tres pitas para poder untarlas en él.

Jose y yo nos abalanzamos sobre el plato y empezamos a devorarlo. No nos lo acabamos porque tenemos que dejar algo de apetito para la comida. Pero cuando llega el momento, todavía estoy digiriendo el humus, así que en vez de pedirme un plato grande de shawarma, me pido la pita pequeña, para no excederme. Jose en cambio se pide el plato de tamaño industrial y no es capaz de acabárselo. Ya tiene comida para mañana.

Hoy Yehuda nos ha prometido que nos llevará a un supermercado muy barato para que podamos hacer una buena compra. A las ocho menos cuarto nos avisa de que su mujer le está esperando abajo, en el coche. Bajamos del edificio y su mujer conduce hasta casa. Cuando llegamos la niñera esta paseando a su hijo al otro lado de la calle. El pobre, al ver a sus padres de lejos y no poderse tirar a sus brazos, se pone a llorar. Su madre, ansiosa por consolarlo, ni siquiera aparca bien el coche y se marcha rápidamente. Yehuda, riendo, se sienta en el asiento de piloto y nos lleva al súper.

El super es de tamaño medio. Nosotros no teníamos intención de comprar mucha cosa, pero acabamos llenando hasta la mitad el carrito. Aprovechamos para poner un tarro de humus, pero Yehuda nos dice que esa marca es muy mala y nos recomienda una mejor. Entonces aparece una chica, que oía nuestra conversación, y nos recomienda el mejor humus del mundo, según ella. Nosotros no podemos resistir la tentación y nos metemos un tarro en el carro. Ahora en total llevamos tres, que suman casi dos kilos de humus.

Después de comprar toda la comida, sólo nos falta conseguir alguna olla y sartén en la que la comida no se suicide, quemándose en el fondo. Al lado del súper hay una tienda de bricolaje y demás objetos para el hogar, pero las ollas son demasiado caras. En un MEGA cercano (súper de gran envergadura) encontramos ollas y sartenes de ocasión. Por 100 shekels nos compramos una olla, una sartén y un par de cuchillos con sierra. Los que nos dejó Lizet no cortan ni los tomates.

Nos ha costado un buen rato meter todo lo comprado en la nevera. Es una putada, porque la nevera es la mitad de pequeña que el congelador y hay muchas cosas que no podemos meter en el segundo. Luego yo me decido a estrenar la sartén, mientras Jose se va a correr por el barrio de los pingüinos. Yo me empiezo a preocupar de que le guste tanto correr por ahí. Seguro que un día de estos me lo captan.

He preparado para cenar unas tiras de pollo al curri, con cebolla, champiñones y maíz. Y con más curri. Da gusto cocinar sin preocuparte de que se te vaya a quedar todo pegado al fondo de la sartén. Jose, que siempre es muy agradecido con todo lo que preparo, dice que le encanta el pollo. Pues a mi también me gusta, aunque se me hayan pasado un poco la cebolla y el maíz.

Ya hemos acabado de cenar y sólo son las 22:00. Todo un récord. Así que tenemos tiempo para charlar en la terraza mientras observamos las enredaderas que cada día acaparan más trozo de balcón. Espero que no sean carnivoras.

Lehitraot.

Todos adictos

Lunes 20 de Agosto, 2007

La pantorrilla me sigue doliendo a horrores. Dicen algunos que el segundo día es el peor... lo corroboro. No consigo despertarme pronto y Jose, que siempre se despierta antes, está desayunando en la terraza para cuando consigo levantarme.

Tampoco hoy llegamos los primeros al laboratorio, se está rompiendo un mito. El del español trabajador no podía durar mucho. Gal hoy no viene por la mañana, pero llama al medio día para que le digamos lo que queremos comer. Aparece a la media hora con la comida para todos. Hoy como fideos con pollo del tailandés.

Por la tarde Gal está bastante ocupado, yo estoy un tanto atascado en cuanto a mi investigación y sus sugerencias no me convencen. Es fustrante y te sientes desorientado, pero creo que pronto llegará la inspiración. La esperanza es lo último que se pierde.

Hoy hemos quedado con Najum para ir a escalar, a las siete menos cuarto en el apartamento. Pero Jose, para variar, necesita reunirse con Gal, que no nos hace mucho caso. Llegan las 18:35 y Gal sigue metido en su despacho, Jose se ha quedado ya sin uñas. Yo opto por marcharme al apartamento e ir a escalar con Najum. Jose me pide que le coja unas "playeras" y él ya se reunirá con nosotros en el rocódromo.

Cuando llego al apartamento, Najum está en el suyo, pegado a su teléfono móvil. Yo meto todo lo que necesito en una bolsa de plástico rosa, porque la mochila está desinfectándose en la lavandería, y espero a que Najum esté listo.

Cinco minutos después, Najum me dice que él ya está listo, aunque sigue pegado al teléfono. De hecho sigue al teléfono cuando se mete en el coche y no termina la conversación hasta poco antes de aparcar delante del rocódromo.

Ya en el rocódromo los dos, a Najum le enseñan como tiene que asegurarme mientras yo hago la primera escalada. Najum tiene madera de escalador. Para ser el primer día, sube un montón de cosas y no le da miedo probar a escalar cosas difíciles. Pronto empieza a acusar el dolor de antebrazos, lo cual es lo normal el primer día. A mi personalmente me ha sorprendido su habilidad. Él me pregunta si podrá subir cosas más difíciles si viene una vez a la semana. Yo le respondo que si viene una vez a la semana, al cabo de un més ya querrá venir dos veces. La idea le gusta.

Hacia las 20:30 aparece Jose detrás nuestro. Gal ya le ha dejado marchar y tiene ganas de hacer algo de ejercicio. Ya ha calentado motores en el camino desde la universidad montado en su Ferrari. Najum, Jose y yo nos vamos turnando a escalar y asegurarnos. La tarde se nos pasa volando y cuando llega la hora de cerrar nosotros hacía cinco minutos que empezábamos a estirar.

Najum nos propone ir a cenar a un sitio que conoce de Ramat Gan. Es una especie de panadería donde preparan pizzas y unas empanadas de queso enormes hechas con pan de sémola. La verdad es que están bastante buenas y habrá que repetir.

Volvemos a casa hacia la medianoche y caemos rendidos en la cama, otra vez.

Laila tov.

Agujetas

Domingo 19 de Agosto, 2007

El despertar después de un día intenso, gracias a Najum, es doloroso. El despertador no se si ha sonado o no, pero no me importa mucho. La pantorrilla izquierda parece que me va a estallar de las agujetas. Es curioso, pero es la única parte del cuerpo en que tengo agujetas. Será porque tiendo a utilizar mucho más la pierna izquierda. En la rodilla derecha tengo una tendinitis de caballo desde la operación.

Jose se ha despertado más temprano y ha ido a buscar la ropa de la lavandería. Ya puestos, hemos preparado otra bolsa de ropa sucia, con todo lo que utilizamos en el río, incluída mi mochila apestosa, que lleva a limpiar.

Bajar las escaleras y montarme en mi Ferrari es un suplicio. Cuando hago el más mínimo esfuerzo con la pierna, parece que me hayan insertado un panel de chinchetas debajo de la piel y éste se presione contra el muslo. Teóricamente, esto sólo debe durar dos días, máximo tres.

Hemos llegado los terceros al laboratorio. Hoy viene casi todo el mundo a trabajar. Lo cual hace que la hora de comer sea bastante entretenida. Hablamos de nuestro fin de semana y los religiosos pueden probar el queso que trajo Juan de España. En la fiesta del jueves no pudieron y Gal les ha traído un poco.

Durante la comida nos metemos con Mytal, que aún sigue haciéndonos creer que tiene novio. Ninguno de los presentes le ha visto nunca, y ella afirma que tiene fotos. Lo cual no le hace ser menos "virtual".

Por la tarde seguimos trabajando y acabamos por marcharnos tarde a casa. Hoy no apetece cocinar, así que me preparo un bistec y Jose hace una ensalada, de la que yo también como. Más tarde, nos damos cuenta de que Najum ha vuelto de trabjar, así que nos pasamos por su piso.

Najum está molido por lo de ayer. Era la séptima vez que realizaba el recorrido, y esta es la que más cansado ha quedado. Los años no perdonan, pero yo creo que al habernos planificado mal, el esfuerzo requerido ha sido mucho mayor. Charlamos alegremente de los recuerdos que tenemos y concretamos una cita para ir a escalar. Mañana tendremos que salir pronto del trabajo para ir con él. Por fin un día me iré antes de las siete de la tarde, esto empieza a ser preocupante.

Lehitraot.

El mar... ¿muerto?

Sábado 18 de Agosto, 2007

Oigo un ruído que viene de fuera de mi habitación, no es mi despertador. Todavía es de noche. Me levanto de la cama, como puedo, y salgo de mi habitación para averiguar qué es. Vuelve a sonar, viene de la puerta de la entrada. Cuando abro la puerta, Najum está en la entrada, sonriendo mientras come algo. Tiene un trozo de pan en una mano. ¿Cómo puede estar comiendo a estas horas? Son las 3:25 AM, por un momento pensaba que me había dormido.

Jose se ha levantado de la cama y me pregunta algo. Yo le respondo que es hora de levantarse, Najum nos ha venido a picar a la puerta. Los dos nos vamos hacia la cocina, para atragantarnos con el primer trozo de comida que parezca apetecible de la nevera. Desayunamos lo que nos permite el cuerpo y acabamos de preparar la mochila.

Teóricamente teníamos que salir a las 4 de la mañana. Pero Jose nos demora hasta y media. Ya dentro del coche, Najum no avisa de que vamos a ir a buscar a unas amigas suyas. ¡Qué tipo de amigas se despiertan a estas horas un sábado! Por un momento, creo que nos está engañando.

Primero pasamos por casa de una de ellas: Ban Tale. Se sienta conmigo detrás mientras Najum nos la presenta. Ella está estudiando un master en arqueología y es una enamorada del Perú. Habla español. Después vamos a recoger a la novia de Najum: Mijal. Mijal y Ban Tale son amigas de la infancia, vivían cerca e iban al colegio juntas. Me sorprende que se hayan levantado tan temprano, sobre todo porque Mijal le propina un par de puñetazos a Najum por haber llegado tarde. Estas israelís son un tanto violentas.

El camino a nuestro destino dura al menos hora y media. Cuando estamos a media hora de allí, el sol sale de su escondite al otro lado del mundo. A mi el trayecto me pasa volando, me he quedado dormido con la babilla colgando de la comisura izquierda. Hemos hecho una parada técnica y Jose le ha cedido el sitio de copiloto a Mijal y ahora está charlando con Ban Tale, se me hace más complicado dormir.

Me despierto cuando el coche para, detrás de un camión quieto delante de una valla. Es la entrada a un centro militar en la cima de una montaña cercana al mar muerto. Después de unos minutos en que mi cabeza intenta situarse, sale el guarda y deja pasar al camionero. Teóricamente hay un aparcamiento para civiles, pero hoy no nos dejan pasar.

Najum aparca cerca de unas losas enormes de cemento. Hoy es shabbat, así que nadie vendrá a por ellas. Salimos del coche y empezamos a preparar las mochilas con agua, comida, toalla, camara de fotos y poco más. Yo llevo pantalones largos tejanos y una camiseta gris. Najum me había dicho que unos pantalones largos irían bien para arrastrase por los barrancos. Pero hoy veo que todo el mundo va con pantalones cortos y Najum me pregunta si los míos no son demasiado bonitos. Parece que no me ha explicado demasiado bien lo que tiene planeado para hoy.

Caminamos dos kilómetros por una carretera de tierra transitable, hasta que llegamos a un desvío donde empieza el camino del riachuelo, en esta época seco, que descenderemos hasta el mar muerto. Desde el desvío pronto llegamos a ver el congosto del rio unos 150 metros más abajo. A medio camino de descenso, hay un sendero entre las rocas que lleva a las cuevas de Bar Kochba, legendario judío el cual se creía una leyenda hasta que encontraron unos pergaminos escritos y firmados por él en estas cuevas. Los chicos trepamos entre las piedras hasta llegar a ellas, mientras las chicas paran a descansar. Yo no me meto en las cuevas porque me creo la señal de peligro que hay en la entrada, pero Jose y Najum entran a mirar. Dicen que la cueva es enorme y está repleta de nidos de murciélagos. Yo desde fuera observo como unos pajarillos dan vueltas en la entrada, surfeando la brisa que sale de entre las rocas.

Volvemos al camino y continuamos nuestro descenso a la cuenca del río vacío. Al ser un río del desierto, sólo hay agua cuando ha llovido cerca recientemente. De hecho es muy peligroso si llueve, porque en el desierto no hay nada que absorba el agua y esta desliza hasta la zona más baja rápidamente. Si te encuentras en el río y ha llovido a unos kilómetros, en cuestión de minutos llegaría una tromba de agua de la cual es casi imposible salir con vida. Por suerte, en verano nunca llueve. Las rocas por donde pasa el agua son blancas, en contraste con lo rojas que son las de más arriba, y están pulidas por el paso del agua. Nosotros cruzamos entre ellas para seguir el curso del río.

Los caminos estrechos, entre las rocas blancas y pulidas, son suficientemente anchos para que pasemos, a veces apretados, y continuemos nuestro camino. Las curvas en la roca dejan pequeñas piscinas, algunas con formas de divanes, ollas del tamaño de una habitación y cascadas que hacen de toboganes. Algunos toboganes son muy pronunciados y hay puestas escaleras de metal o agujeros en la piedra a modo de peldaños.

Najum nos había avisado de que podría haber algo de agua, pero era poco probable. Cuando llegamos a un tobogán que va a parar a una bañera, de unos tres metros de ancho y cinco de largo, llena de un agua de color verde que no dejaba ver el fondo, no nos lo podíamos creer. Se puede oler a distancia el agua estancada. Es necesario cruzar la piscina a nado, no hay ninguna otra manera de pasar al otro lado. Najum es el primero en meterse en el agua, para descubrir que no llega a tocar el fondo. A saber lo que puede haber ahí abajo. Yo opto por quitarme los pantalones, camiseta, calcetines y bambas, para quedarme en calzoncillos. El problema más gordo es que no se moje la camara de fotos y el pasaporte.

Entre las cosas que se ha traído Najum hay un cordino de unos 4 metros, que no sirve para pasar las cosas de un lado a otro a modo de tirolina. Como está lleno de botellas de plástico que otras personas (aunque no merecen ser clasificados de tal manera) habían dejado por allí, Najum hace una especie de balsa con la cuerda, que utilizamos para transportar las mochilas de una en una al otro lado. Las dos chicas, después de gritar y maldecir mil veces, se meten en el agua vestidas enteras, menos los zapatos. Yo me meto el último, un tanto asqueado, para constatar que el olor es más fuerte cuando estás metido en el agua, y que los bordes de la piscina tienen una capa verde y viscosa que no puedes evitar tocar con las manos o los pies. Cuando salimos al otro lado, olemos todos a rancio y las gotas de sudor que caen por la cara, tienen un toque amarillento luminoso.

Todos deseamos que sea el único de los tramos con agua que tengamos que pasar. Ilusos! A los pocos metros nos encontramos con el segundo y con el tercero... y con el quinto. El color de nuestra piel va cambiando poco a poco y los restos de las plumas de los pájaros que viven entre las cuevas se nos quedan pegadas a los pelos del cuerpo. Llegado a este punto, yo opto por no ponerme y quitarme las bambas cada vez y zambullirme en la sopa verdosa con ellas puestas. Las tendré que quemar cuando vuelva a Barcelona. No todas las piscinitas son tan profundas, algunas se pueden cruzar sin necesidad de nadar, pero si te metes de cuerpo entero, al menos te refrescas un poco. Antes de entrar en la segunda piscina, decidimos comer lo máximo que podamos para que no se moje la comida en el agua infestada de mierda.

Llegamos a una escalera de metal que se mete debajo de una piedra que obstruye el camino. Desde la cueva vamos a parar a otro "charquito", pero este es especialmente pestilente. Debe haber un montón de nidos de pájaros en la cueva, porque la charca está infestada de plumas, por no hablar de la cantidad de bichitos que atraen. Yo me meto el primero e intento averiguar si se puede pasar caminando. La verdad es que en todo momento toco de pies al suelo, pero en la zona más profunda solo con los dedillos, lástima que soy bajito. Así que no me veo capaz de llevar las mochilas sin la balsa, que ya se ha convertido en nuestra más estimada compañera. Voy poniendo las mochilas en la balsa y las empujo al otro lado, de una en una. Como no intento nadar, el agua me llega pasada la barbilla. Tengo que aguantarme la respiración para no tragarme el agua pestilente. No quiero ni pensar la de enfermedades que puede tener. Las plumas me merodean y más de una se me queda enganchada en el cuerpo, a estas alturas ya nada me importa. Ni siquiera los miles de larvas rojas, del tamaño de una pulga, que nadan conmigo y se pegan a mi cuando salgo del agua, ni tampoco la paloma muerta que flota cerca.

Cuando nada podía empeorar, llega la catástrofe. Yo voy primero y empiezo a notar un olor insoportable, lo cual es decir mucho. Me continúo acercando para que mis ojos le pongan al olor una imagen asociada... la muerte. A unos tres metros de mí hay una charca, de un metro de ancho por tres de largo, con un agua de color negro y un cuerpo en medio. Una cabra montesa: aquí la llaman Lame, que se habría despeñado hace pocos días, yace en medio de la charca y su olor putrefacto se hace insoportable. Empiezo a gritar de desesperación, por nada del mundo me quiero meter ahí dentro. Parte de la piel del animal queda fuera del agua y en ella hay un festival de gusanos que se deleitan con el festín que la carne les proporciona. Incluso se pueden ver parte de las costillas que los voraces parásitos ya han dejado al descubierto.

Llegan los demás y se unen a mi desesperación. Se habla, incluso, de dar marcha atrás. Pero Najum tiene un plan. Como la charca está en medio de dos muros de piedra, a un metro y poco más de separación, Najum puede subirse por ellas con el culo y las manos en una pared y los pies en la otra. Avanza hasta quedarse encima del animal muerto. Pero ya no se puede continuar, las paredes se ensanchan pasado este punto y todavía quedan unos dos metros para llegar a la roca al final de la charca. Najum me pide que me acerque a él de la misma manera que él lo ha hecho. Estar tan cerca del animal me da náuseas y una fuerza especial para no caerme, tengo algo de miedo. Una vez a su lado, utilizo las piernas de Najum a modo de apoyo, la pared es completamente lisa excepto por un saliente que queda al alcance de mi mano cuando me subo encima de él. Utilizo todo el equilibrio y elasticidad que tengo para estirar una pierna y llegar a una roca que hay a un metro y medio. Una vez con el pie allí puedo llegar al otro lado de la charca. Salvado!!

Pero todavía tienen que pasar los demás y no tiene pinta de que puedan hacerlo por el mismo camino que yo. Así que me pongo entre la roca del final de la charca y la pared de la misma manera que está puesto Najum, y entre los dos formamos una escalera por la que pueden pasar los demás. Las chicas gritas como posesas mientras pasan entre nosotros, Mijal es especialmente sensible al animal muerto.

Najum se queda el último y tiene que realizar lo más complicado, él no me puede utilizar de escalera desde donde está colocado. Así que pone una pierna en cada lado de la pared, y cogiendose a Ban Tale de la mano hace un salto con el que llega a la piedra. Sanos y salvos!! Yo ya me he acostumbrado al olor de putrefacción.

De repente salimos a un area mucho más ancha. Desde aquí se ve mucha más zona y el sol tiene la oportunidad de azotarnos con sus rayos. Hasta ahora, siempre habíamos podido huir de ellos. Pero en menos de doscientos metros, las rocas se vuelven a cerrar hacia nosotros y nos encontramos con un tobogán de unos cinco metros y una inclinación de 45º que va a parar a una piscina. Parece que la única manera de bajar es por el tobogán. El problema es que no se puede apreciar, desde arriba, lo profunda que es la piscina, ni si hay rocas en el fondo. Yo bajo el primero, lo más poco a poco que puedo, intentando no resbalar ni perder el control para llegar al final del tobogán en control. Cuando llego a medio metro del final, después de haberme puesto en todas las posturas imaginables para aumentar la frición con el suelo, me doy cuenta que un metro a mi derecha hay una especie de escalones tallados en la roca, pero ya es demasiado tarde y no puedo llegar a ellos. Desde el borde del tobogán hay un metro de distancia hasta llegar al agua. Me decido y salto dentro, para darme cuenta de que no me llega ni a la cintura y el suelo está formado por tierra. Peligrosidad nula.

Desde abajo les digo a los otros que me tiren las bolsas por el tobogán para que las lleve a un sitio seguro. Al final de la piscinita hay un trozo de piedra seca, pero inmediatamente después hay otro charco, todavía más pequeño. El charco se puede cruzar fácilmente, porque hay una salida a un lado, pero hay que cruzar por encima poniendo una pierna en cada lado de la pared e impulsándose con la mano. El problema es que el charco está rebosante de moho y sirve de estación de servicio a docenas de abejorros gigantes. Yo siempre les he tenido un pánico visceral a los insectos voladores que cuando pican hacen daño: avispas, abejas, tábanos, y demás. Y estos caían en esa clasificación, con creces. Cuando me acerco al charco, con la primera mochila, empiezan a revolotear impacientes. Algunas se me acercan curiosas. Gotas de sudor frío me caen por la espalda, pero consigo vencer el miedo y paso por encima. Tienes que dejar de pensar en ello, sinó te paralizas. Estás pasando por encima de un charco repleto de abejas del tamaño de cucarachas dos veces por cada mochila y no puedes parar a planteártelo. Les sigo teniendo miedo, pero ya casi está superado. Esta ha sido una prueba de acero.

Cuando ya han pasado todas las mochilas al otro lado, empiezan a bajar las personas. Ya les he avisado de que no hay peligro, así que bajan hasta donde pueden, sin perder el control, y después se sueltan para caer en el agua. A mi me da cierta envidia y casi subo por las escaleras a probarlo.

Continuamos por nuestro camino y no volvemos a encontrar más charcos con agua. Ya nos habíamos acostumbrado a ellos y en parte se echan en falta, siempre y cuando fueran de color verde... sólo verde. Pero todavía nos quedan un par de pruebas digna de mencionar.

La primera es pasar al otro lado de un agujero de unos 5 metros. De la roca pulida hasta un pedrusco enorme, empotrado en la pared de en frente, hay un metro de distancia y medio metro de desnivel. El problema es que, cuando te asomas, ves que si te caes por en medio, te puedes hacer mucho daño. Nosotros tres no tenemos muchos problemas en saltar a la otra roca y frenarnos antes de salir despedidos por el otro lado y caernos por el agujero que entre el otro lado del pedrusco y la pared de enfrente. Mijal y Ban Tale se sienten apoderadas por el miedo y no pueden saltar. Así que yo bajo a una piedra que hay dos metros más abajo para que puedan apoyar un pie en mi mano, y Najum intenta ayudarlas a bajar desde el otro lado. Al final Najum se tiene que poner, a modo de puente humano, para que ellas deslicen a través de él a un lugar seguro. Mientras tanto, a nosotros nos cuesta aguantar la risa y hacer comentarios jocosos.

Por último, llegamos a un sitio con una piedra casi esférica, de unos 3 metros de diámetro, por debajo de la cual tenemos que pasar. Es oscuro y no se ve muy bien, pero está claro que no podemos bajar caminando. Hay otro tobogán de unos cuatro metros, pero mucho más empinado que el anterior. No es buena idea bajarlo deslizando, ya que al final no hay agua. Por suerte hay suficientes cortes en la piedra, hechos a propósito, para poder bajar sin matarse. Yo bajo el primero, con la camara de fotos en mano, para poder hacerles fotos a los demás desde abajo.

A partir de este momento, dejamos el cañón estrecho atrás para siempre, ahora se ensancha y se puede apreciar el desierto en toda su magnitud. Se ven todas las tonalidades de amarillos y rojos mezclados en las dunas como si de la paleta de un pintor se tratara. Caminamos unos dos kilómetros entre piedras y arcilla agrietada hasta que por fin, al horizonte, podemos ver el mar muerto. Seguimos caminando otros dos kilómetros hasta llegar a la carretera. Hemos estado un total de 11 horas para realizar el trayecto. Con razón decía el cartel del principio que no se debía empezar después de las 9 de la mañana.

Najum y Mijal se ponen a hacer dedo en la carretera hasta que un alma amable les lleva cerca del sitio donde habían aparcado el coche. Jose, Ban Tale y yo nos sentamos en una colina que da al mar muerto a descansar. Yo aprovecho para vestirme un poco, todavía voy en gayumbos. La ropa, que estaba dentro de la mochila, está algo mojada y apesta. Pero me la pongo igualmente. Está oscureciendo y hace viento. Nos tumbamos usando nuestras respectivas mochilas a esperar a que lleguen con el coche mientras charlamos.

Como se hace muy oscuro y no hay ninguna luz artificial, nos acercamos a la carretera para que nos puedan ver Najum y Mijal cuando lleguen. Tardan un poco en llegar, pero se nos hace corto de tanto hablar. En el camino de vuelta, paramos en un chiringuito de carretera donde preparan bocadillos y tienen alguna otra cosa para comer. Yo necesito azúcar urgentemente y me compro un helado y un batido de café. Jose se pide la especialidad de la casa, una especie de bocadillo/tostada a la que no me puedo resistir cuando me ofrece un bocado.

El resto del camino lo pasamos discutiendo de política y, como no, de religión. Son curiosas la cantidad de cosas que nos cuentan del antiguo testamento, que, según los judíos, son interpretaciones erroneas, para justificar la creencia de que jesús es el hijo de Dios.

Ni siquiera recuerdo como he ido a para a mi cama.
Laila tov

Día de limpieza

Viernes 17 de Agosto, 2007

Hacía tiempo que no me quedaba en la cama hasta que el cuerpo me pidiera a gritos "LEVÁNTATE!!" Necesitaba descansar y hoy es el día en que mis sueños se hacen realidad. El sol hace horas que ha salido, pero me da igual. Yo me aferro a mi almohada y doy vueltas y más vueltas, intentando encontrar la posición que me permita dormir un poco más. Hacia las 11 de la mañana, no hay posición posible que consiga hacerme dormir. Definitivamente ya estoy despierto.

Jose no está en su habitación, así que me imagino que ha subido al tejado a tomar el sol. Salgo al balcón y pego un grito.

Yo - "Jose, ¿estás ahi?"
Yo - "¡Joooooo seeeeeeee!"
Jose -"¿Si?"
Yo - "Has desayunaaaooo?"

Oigo a Jose murmurar algo desde lo lejos, pero no consigo entenderlo. Vuelvo a preguntarle lo mismo, pero su respuesta es igual de incomprensible. Al final opto por subir a preguntárselo de cerca. Hacía 10 minutos que Jose había subido a tomar el sol, según me comenta al subir. El chico ha tenido tan mala suerte que, precisamente hoy, hay unos cumulonimbus inmensos que no le permiten broncearse. La maldición pálida le ronda desde hace años y no parece que se haya quedado en España.

Dada la situación, Jose opta por bajar a desayunar conmigo. Todavía tenemos un montón de fruta y yo me limito a comer de ella, mientras Jose también come algo de cereales con leche. Es un tipo de costumbres. Hoy parece que nos vamos a quedar en el apartamento todo el día, para poder descansar. Los dos necesitamos la calma. Como tenemos todo el día por delante, nos decidimos a dedicar algo de nuestro tiempo a la limpieza del hogar. Si alguien sigue preguntándose porque tengo tanto tiempo para escribir, debería haber visto la cantidad de mierda que salía de las baldosas.

En el piso no hay ninguna fregona. Lo que si que tenemos es una escoba, un recogedor y un trasto para mover agua de un lado para otro (el que utilizamos para recoger el agua del lavabo después de ducharnos. Lo que nos han dicho los del trabajo, es que este último utensilio también sirve para fregar. Los de por aquí cogen agua caliente con jabón y la tiran al suelo. Después usan la corre-aguas, con un trapo encima, para quitar la mierda incrustada. Finalmente usan el corre-aguas sin el trapito para recoger el agua sucia y tirarla por algún sitio.

Jose y yo apartamos todo lo que podemos los bartulos de la cocina, cuyo suelo era el más deteriorado, y echamos agua caliente con jabón al suelo. Yo me divierto con el corre-aguas y el trapito destapando el color original de las baldosas. El agua sobrante la escurro hacia el balcón, pero no me atrevo a tirarla por el agujerillo. Está llena de mierda y es muy higiénico tirarlo al patio de nuestros caseros. Así que me pongo de rodillas y con el recogedor, a modo de cuchara gigante, vierto el agua en el cubo. Cuando he acabado la tiro por el retrete.

Jose de mientras hace lo mismo en el lavabo y el pasillo. Los cuartos no los fregamos, porque tienen alfobras, sofas , camas y otros aparatos difíciles de mover. Las alfombras las apalizamos para que suelten toda la suciedad acumulada durante... a saber. Después de nuestro momentazo limpieza, Jose aprovecha el despiste de los cumulonimbus para ir a tomar el sol. Yo me quedo leyendo en la terraza hasta que me empieza a venir el hambre.

Hacía días que no cocinaba y hoy me apetece. Hecho un par de patatas, que empezaban a buscar tierra húmeda en la que reproducirse, las pelo y las corto a cubos para después freirlas un poco. Saco un pote de tomate y mezclo lo que queda de ricotta. Corto una cebolla y, junto con media lata de champiñones y las patatas, lo tiro en la salsa. Todo a fuego lento en una olla hasta que se consume el líquido que había echado de más. No nos olvidemos de la sal, pimienta, ajo, cucharada de azúcar y chorrito de vinagre de módena. Cuando el mejunge de patatas ya está listo, preparo un par de trozos de salmón al ajillo (no tengo perejil) y ya tenemos la comida hecha. Riquísima.

Para hacer la digestión, nos ponemos a ver una pelicula: Mentes en blanco. Estamos totalmente metidos en el guión, cuando suena mi teléfono. Es Najum, que piensa que no estamos en casa porque no respondemos a sus golpes en la puerta. Es lo que tiene estar absorto.

Najum nos cuenta, ya abierta la puerta del apartamento, que sería mejor salir mañana temprano hacia el mar muerto. Así no tendremos que preparar la tienda de campaña, cena, sacos de dormir, etc... Jose y yo nos miramos atemorizados. Cuando Najum dice pronto, es MUY pronto. Esta vez tampoco nos equivocamos, resulta que mañana saldremos a las cuatro de la mañana para allí. Jose y yo, entre lloriqueos, calculamos que nos deberíamos ir a dormir hacia las ocho y media. Con Najum, nuestro torturador, acabamos de concretar lo que necesitaremos para mañana. Solo hace falta ir a comprar agua.

Acabamos de ver la película y aprovechamos para hacer cambio de habitaciones. Ya ha pasado la mitad de nuestra estancia en Irsael y, como se decidió al llegar, me toca despedirme de mi aire acondicionado y Jose de su cama de matrimonio. Para aclimatarme a mi nuevo entorno de descanso, acabo de leerme el libro, que me regalo mi tía abuela Roser, estirado en mi cama.

Se nos han hecho las seis de la tarde y salimos de camino a comprar el agua, lo único que no tenemos en abundancia en casa. La necesitaremos para el mar muerto y la que nos espera mañana. Por ser víspera de shabat, todas las tiendas están cerrando justo cuando nosotros llegamos. Por suerte la gasolinera vende paquetes de ocho botellas de litro y medio de agua. Perfecto! El camino a casa se hace pesado, cargando 12 quilos de agua en el hombro.

Cuando llegamos a casa, yo empiezo a leerme el libro que se compró Jose en Petra: "Casada con un beduíno". Jose, chico de costumbres, se va a correr como casi cada noche. Cuando vuelve preparamos la cena y la comida de mañana. Hay que darse prisa e ir a dormir temprano.

Erev tov

Despedida y Barbacoa

Jueves 16 de Agosto, 2007

Toca despedirse de Juan. Hemos pasado unos días increíbles juntos pero, como todo lo bueno, ha llegado el final. Antes del momento decisivo, hay que hacer algunas tareas del hogar. Primero vamos a llevar la ropa a la lavandería y después compramos algo de comida. Juan aprovecha para comprar unas kipas de regalo para su familia en una tienda del mini centro comercial.

La vuelta en bicicleta, con las bolsas de comida colgando, de vuelta a casa, es toda una aventura. Juan lleva una bolsa a cada lado del manillar, pese a nuestros consejos. Sus bolsas llegan de milagro hasta el apartamento, una de ellas tenía ya unos agujeros considerables por los cuales podía haber caído todo su contenido. Milagro.

Llamamos a un taxi desde casa, para que venga a buscar a Juan. Para variar, nos dicen que no hay ninguno libre y que llamemos dentro de diez minutos. A los tres y medio, Juan vuelve a llamar y le dicen que el taxi está de camino. Grata sorpresa al salir del apartamento, es encontrarse con Najum. Nos sirve para asegurarnos de que el plan de ir este fin de semana al mar muerto sigue en pie. De detrás de Najum aparece una chica joven en pantalones cortos y camiseta. No es la chica de la última vez. Jose y yo nos miramos, con cara pícara, y a través de la mirada nos decimos "Menudo Don Juan". Najum debe haber visto nuestra comunicación implícita y nos corrige diciendo que es su sobrina. Cuando se acerca a saludar, nos damos cuenta de que es demasido joven.

Juan tiene prisa, así que las presentaciones se aceleran y bajamos rápido a por el taxi. Najum nos pasa a buscar mañana por la tarde para ir al Mar Muerto y pasar la noche allí. El taxi no tarda en aparecer, de mientras charlamos con nuestro casero Rami, que está limpiando el coche y pintando las letras con pintura color oro y una brocha. En un momento, Juan ha conocido a nuestro vecino y casero. Justo antes de salir camino a España. Nos despedimos de él, y yo me acuerdo de lo pequeño que es el mundo. Seguro que nos volvemos a encontrar.

Jose y yo volvemos a coger las bicis para ir al laboratorio. Es tarde, pero aún y así somos los primeros en llegar. A parte de nosotros, solo vienen Alon y Mytal a trabajar a lo largo del día. Gal también aparece más tarde, aunque no es lo habitual que venga los jueves. Para comer vamos al comedor de la residencia y nos compramos algo de pasta. Por la noche ya podremos comer carne.

Llegan las seis de la tarde y Yehuda, que dijo que nos pasaría a buscar, todavía no ha llamado. Poco antes de las siete, cuando empezábamos a buscar un plan alternativo, nos llama y nos dice que bajemos a la salida de la universidad que da a la autopista. Bajamos rápido y nos lo encontramos en el coche, con su mujer, esperándonos.

De camino nos tenemos que tragar un atasco, formado por un par de accidentes leves. Incluso así, no somos los últimos en llegar a la barbacoa. Juan había traído unos quesos de España, que iban a servir de regalo para Gal. Le pedimos un cuchillo para abrirlos y Yehuda nos avisa de que no podemos poner el queso cerca del resto de la comida. Hay gente religiosa invitada que no puede mezclar carne y lácteos. Él es uno de ellos, pero de todas formas se inclina a oler el queso y se muere de envidia, eso su religión no se lo prohibe.

Todo el mundo allí habla hebreo, y la mayoría inglés. Cuando Jose o yo estamos en una conversación, esta transcurre en inglés, pero sinó el hebreo es la lengua predilecta. Es curioso estar en un sitio en el que no entiendes el 95% de lo que se está diciendo. Tengo ciertas ganas de ponerme a hablar en catalán, para que no me entienda nadie.

La comida está bastante buena, y de vez en cuando consigues tener una conversación interesante. La mía llega al final con la novia de Efi, que ya ha vuelto de las filipinas. La chica se llama Anat, pero no tiene la mirada perdida. Discutimos sobre política y el estado de Israel. Una frase suya se me queda grabada en la mente: "Los europeos os creéis que si se les da una oportunidad, todo el mundo es buena persona." Será que estamos más hartos que ellos de que nos tomen el pelo para acabar en guerras que solo favorecen a unos pocos. La verdad es que no se suficiente de historia para poder rebatir sus creencias.

Hacia las 22:30 todo el mundo empieza a marcharse. Aquí las fiestas empiezan y acaban pronto. Prontísimo. Jose y yo no tenemos más remedio que marcharnos, ya que nuestro transporte también se quiere marchar. Justo cuando había conseguido empezar una conversación interesante con Gal. Otro día la podremos continuar.

Llegamos pronto a casa y no tenemos ganas de dormir todavía, así que nos ponemos a leer en la terraza hasta que las letras se empiezan a mover de sitio y no somos capaces de ponerlas en su sitio con la mirada.

Lehitraot.

La rebelión de las máquinas

Miércoles 15 de Agosto, 2007

En la nevera hay poca fruta, la despensa tampoco va muy sobrada del material que me ha de nutrir a lo largo del día. Antes de ir a la universidad, pasamos por la frutería para comprar el manjar de los miércoles israelís.

Nos hemos levantado pronto, gracias a que ayer estábamos tan rendidos que nos desplomamos pronto sobre nuestras almohadas. Aún y así no somos los primeros en llegar al laboratorio. Avi, que se marcha esta semana de vuelta a los EEUU, ha llegado antes. Ahora vive en Bene Beraq, la ciudad de los pingüinos, y puede llegar pronto. Pero a media mañana empieza la tragedia...

Cuando despego la mirada de la pantalla de mi ordenador, unos chicos están montando una tarima en medio del laboratorio mientras otro lo graba todo, con una video cámara, desde una silla. Es el primer paso para la destrucción de nuestro ambiente laboral; aislarnos del mundo.

Poco a poco empiezan a aparecer estudiantes con sus robotitos. Son plataformas con dos ruedas grandes a los lados y una rueda pequeña delante que hace de guía. Tienen un sensor al lado de la ruedecita, enfocado al suelo, y una cámara que apunta delante. Al lado de la cámara hay un dedo metálico señalando como un chivato.

Los alumnos se van turnando para hacer pruebas con sus robotitos, un tanto ruidosos. En la tarima hay tres laterales pintados de color rojo, verde y azul, respectivamente. En el centro hay tres lineas, una de cada color, que desembocan en sus respectivas zonas coloreadas. También hay una pelota que dejan en una zona de color.

El juego consiste en dejar al robot en la tarima y observar como sigue la línea hasta la zona pintada de color y recoge la bola con el dedo. En este momento me doy cuenta que el dedo es un imán que sirve para coger la bola.

La competición no dura más de una hora. Al final se reparten honores entre aplausos y se felicitan mutuamente por la labor. Nosotros volvemos a despegarnos de la pantalla un momento, para asegurarnos que recogían todo el tinlado antes de marcharse. Un poco más tarde, nosotros también nos marchamos. Justo cuando recibimos la llamada de Juan que ya ha salido del autobús.

Con nuestras bicis, tardamos poco en llegar a la parada. Juan nos está esperando sentado y parece que tiene muchas cosas que contarnos. Se vuelve a subir en la bicicleta de Jose, que ahora tiene todavía más problemas para pedalear. La vuelta es de subida. Acabamos yendo hasta el apartamento caminando. Como ya es oscuro, el paseo se hace agradable. Antes de llegar a casa, pasamos por la frutería y compramos más fruta.

Nos ponemos a cenar en la terraza mientras Juan nos explica sus aventuras. Ha ido a Jerusalem, donde resulta que no tenía hotel, ya que la reserva telefónica se había traspapelado. Al final encontró hotel y se pasó la tarde, y medio día siguiente, recorriendo la ciudad antigua de la mano de un profesor de historia que ahora trabaja de guía.

Al día siguiente, cogió un autobús hacia el mar muerto, donde se bañó durante un par de horas e intentó volver a Jerusalem por el mismo camino. La parada del autobús estaba en medio del desierto y Juan estaba deshidratado. Pasaron dos autobuses y los conductores se reían de él mientras pasaban de largo. Juan, temiendo por su vida, se puso en medio de la autopista e hizo parar al siguiente autobús. Se subió a él y les rogó que le llevaran a Jerusalén.

Los del autobús resultaron ser cristianos convertidos, de esos que se van a dar vueltas por el mundo cantando y llevando la buena nueva. Juan estaba dispuesto a cantar la buena nueva y lo que hiciera falta con tal de que le acercaran a Jerusalén. Una de las paradas fue en un campamento beduíno, donde los niños iban como locos intentando recoger los caramelos que tiraban al suelo los misioneros. Necesitaría páginas para explicar todo lo que le sucedió, y seguro que él lo puede hacer de manera más divertida. Por suerte, llegó a casa salvo, pero no muy sano.

Después de cenar vamos al tejado a pasar un rato bajos las estrellas. Las dos únicas esterellas que se podían ver desde la ciudad. Juan nos continúa contando sus desventuras, de las que ahora se ríe. De repente, se enciende la luz y aparece Rami, nuestro casero, en zapatillas de andar por casa, pantalones cortos y sin camiseta, silvando a través de la puerta. Nos miramos todos sorprendidos de encontrarnos allí y después de un silencio incómodo Rami nos pregunta:

Rami - "Habéis visto un León?"

Nosotros nos miramos atónitos. Quizás Juan en su paseo cerca de la muerte si que lo haya visto. Pero pronto nos damos cuenta de que Rami buscaba uno de sus gatos. Rami se da una vuelta por el tejado, silbando y haciendo otros sonidos con la boca, pero no tiene suerte. Vuelve a preguntarnos si habíamos visto a su gato antes de marcharse hacia su casa. Pero nosotros no habíamos visto nada.

No tardamos mucho en irnos, la peste de las meadas de gato en los sofás empieza a hacerse molesta y psicológicamente te pica todo el cuerpo. Toca ir a dormir.

Lehitraot

Vuelta al trabajo

Martes 14 de Agosto, 2007

Qué cansancio! La verdad es que después de unos días de vacaciones, uno no tiene ganas de levantarse para ir a trabajar. Este problema se ve acentuado cuando las vacaciones te han dejado más molido que el trabajo al que estás acostumbrado. En mi caso, eso suele ser lo habitual y últimamente sólo hace que empeorar.

Cuando conseguimos levantarnos todos de la cama vamos a coger los Ferraris, que nos echaban de menos en su garaje. Como Juan hoy se marcha para Jerusalén, Jose le acompañará a la estación donde coger el autobús. Hacía tiempo que no veía a dos personas montadas en una bici, así que pedaleo más lento de lo habitual, para no perderme el espectáculo. Jose lleva la bici, pedaleando de pie, mientras Juan va sentado detrás con las piernas abiertas para que no molesten. Me recuerda a mi infancia.

Cuando llegamos al edificio de física, donde tenemos el laboratorio, yo aparco mi Ferrari mientras que Jose se para para despedirme de Juan. El pobre está tan cansado que se despide efusivamente. Le tengo que recordar que nos volveremos a ver en un par de días, lo cual le sorprende al principio y después nos saca a todos unas carcajadas.

El día de trabajo es de lo más aburrido. Hoy no aparece nadie por el laboratorio. Gery hacia las 18:30 viene a reunirse conmigo. Me de dado cuenta de que estoy asumiendo algo que no es cierto para resolver el problema de selección de filtradores más rápido. Ahora tengo que reencamira la investigación. Arghhhh!!

Hacia las ocho de la noche volvemos al apartamento los dos. No hemos sacado nada del congelador y tenemos pocas existencias en la nevera. Por suerte siempre tenemos humus y el pan suficiente para no tener que comérnoslo a cucharadas. Estoy tan echo trizas que hoy me duermo justo después de cenar. De hecho creo que no estoy del todo despierto mientras ceno.

Laila tov.

Aqaba

Lunes 13 de Agosto, 2007

Por la noche me levanto más de una vez. Me quedo absorto unos instantes mirando las estrellas, pero el sueño pronto se apodera de mi. El sol sale hacia las 5 y media de la mañana y sus rayos hacen que me moleste la manta. Pero los zumbidos de los abejorros que merodean la zona hacen que me lo piense dos veces antes de quitármela.

Hussein y su compinche son los primeros en levantarse. Empiezan a recoger y preparan el desayuno mientras nosotros nos quitamos las legañas. La comida consiste en pan de pita, que se baña en aceite de oliva para después hundirlo en una montaña de especias. Delicioso. Para beber, como no podía ser de otra manera, hay whisky beduíno. Gracias a la ración de teína, estamos más despejados. Así que después de apreciar las vistas, con el sol del lado opuesto, nos marchamos en 4x4 de vuelta al pueblo beduíno.

Urud y Ramse ya están despiertos y nos saludan efusivamente al llegar. Se divierten haciéndonos muecas desde el patio mientras nosotros tomamos más té en el salón de su casa. Aquí no hay sillas, sólo unos colchones en el suelo, cubierto por una alfombra. Hussein llama a un taxista amigo suyo, que nos lleva de vuelta a Aqaba por un módico precio. De vuelta volvemos por el mismo camino que de venida, entre campamentos beduínos, camellos, burros, montañas y mucho desierto.

En Aqaba hace mucho más calor que en Petra, unos 45 grados. Nosotros estamos deseando meternos de cabeza en el mar rojo para quitarnos el polvo desértico acumulado estos dos últimos días. Primero paramos en un bar con lavabo, en el que nos tomamos unos zumos recién exprimidos, mientras aprovechamos para ponernos el bañador. Jose y yo nos pedimos un zumo de sangre de camello, que resulta ser zanahoria, y Juan un zumo de mango, tan espeso y viscoso, que da grima.

La playa queda a un par de minutos, pero no tiene nada que ver con las playas de Eilat. Aquí no hay arena y las playas están cubiertas de grandes toldos, bajo los cuales se sienta la gente, vestida, a tomarse una bebida en las sillas y mesas de plástico de los bares. Los niños se bañan en el agua acompañados de sus madres, que se meten con ellos en el agua, completamente vestidas de negro para que sólo se les vea la cara. Todas las playas están cubiertas de toldos menos una. Bajo los toldos ni siquiera corre el aire. Jose y yo optamos por subirnos en uno de los barcos con fondo de cristal que nos llevan a ver los corales, mientras Juan prefiere quedarse en la playa. A los cinco minutos de marchar, nos damos cuenta de que será mejor volver a por Juan, ya que el conductor del barco nos ha convencido de que hagamos un viaje de dos horas.

Rabi y su hermano Mohamed son el capitán y su ayudante, respectivamente. No hablan mucho inglés, pero son muy agradables e intentan hacerse entender y entendernos. Rabi es un hacha al timón y sabe perfectamente donde están los mejores corales y como dejarnos lo más cerca posible. Su hermano menor lo admira e intenta aprender de él, para algún día llevar él la barca. Si tuviéramos más tiempo, hubieramos podido ver corales más grandes y más salvajes, pero en dos horas sólo nos da tiempo de ver los medianos. Los peces, las esponjas y los erizos de colores, no nos defraudan y nos cuesta quitar la mirada del cristal que hay en medio del barco, aún cuando ya toca volver.

De vuelta, le decimos a Rabi que nos gustaría bañarnos. Él deja que su hermano conduzca de camino a la playa delante de Sheraton, para que podamos saltar desde el barco. De mientras, nos sentamos en la proa para poner los pies en remojo. En la playa echan el ancla y nos tiramos rápidamente al agua. Muhamed se cambia rápidamente y viene con nosotros. Rabi le empuja a competir con nosotros en saltos y le riñe cuando no lo hace bien. No pasa mucho rato y Rabi acaba saltando también con nosotros. Incluso nos enseña a saltar desde el tejado de la lancha.

Dos horas y media después de partir, volvemos a la playa de rocas, desde la cual vamos en busca de un sitio para comer. No tardamos en dar con un restaurante con aire acondicionado. En la carta hay carne, ensaladas, pescado fresco y gambas a un precio ridículo. Nos pedimos los platos más caros y nos gastamos menos de diez euros por cabeza: marisco, pescado fresco, ensaladas, y entremeses. Juan casi no se puede acabar todas sus gambas y nosotros acabamos llenos con nuestro pescado de medio quilo cada uno.

Salimos a buscar un taxi, que encontramos muy pronto. Nos lleva a la frontera, pero no nos da mucha conversación, casi no sabe ni una palabra de inglés. El paso por la frontera es igual en un sentido que en el otro, con una diferencia: los lavabos. A mi me da un apretón en el lado jordano y me encuentro una serie de letrinas a modo de lavabo. Como creo que no me queda otra, decido jugar al golf con mis heces y consigo dos eagles y un boagie. Juan y Jose se descojonan de mi, porque justo delante estaban los lavabos para turistas. Yo me había metido en las letrinas de los militares.

Desde el lado israelí de la frontera, tenemos que esperar a que pase un taxi a recogernos. Bajo el calor bochornoso, pasan diez minutos que parecen una hora y llega nuestro simpático conductor. A mi me recuerda a Rami, nuestro casero. Llegamos a la estación de autobuses, donde esperamos una hora y media a que llegue nuestro autobús.

Esta vez el autobús también va lleno de chavales, pero ahora ya están cansados del viaje y no forman tanto griterío. Por suerte nos han tocado lo asientos de delante y podemos descansar tranquilos. El camino de vuelta lo realizamos mayoritariamente de noche. Paramos en un par de estaciones de servicio para comer algo y reanudamos la marcha en menos de 10 minutos. Las cinco horas se hacen más cortas que a la ida.

Desde la estación de Tel Aviv, buscamos un taxi que nos lleve al apartamento. Nos intentan timar, pero ya nos sabemos los precios, así que conseguimos que nos lleven por un precio razonable. Lo que no nos esperabamos es tener que llevar un paquete. Un pingüino, con una bolsa enorme, se sube con nosotros al taxi, sin que el taxista nos avise. El chico es de sudafríca y no habla mucho. Intento ser amable pero la conversación no dura mucho. Al bajarnos le deseamos una bonita estancia en Israel. Él viene, como tantos otros pingüinos, a estudiar la Torá.

Llegamos al apartamento rendidos y caigo muerto en mi cama. Jose y Juan todavía tienen algo de energía para prepararse algo de cena.

Laila tov