De vuelta a casa

Lunes 24 de Septiembre, 2007

No he podido dormir en todo el rato, cosa que ya me esperaba. Mi nerviosismo, unido a la cantidad de carne que he comido en los últimos días, producen un efecto harto molesto. Ya tengo la maleta hecha pero no paro de dar vueltas por la casa mirando de no dejarme nada importante. El hecho de caminar hace que mis flatulencias se esparzan por la casa. Eso junto con las ventanas abiertas, hacen soportable el olor. O quizás yo ya estoy acostumbrado.

Para evitar malos rollos con el taxista decido bajar un cuarto de hora antes de tiempo. Una vez abajo con la maleta, dejo la carta para Rami y Lizet encima de una de las mesas del patio de la entrada. Espero que la encuentren antes de que los gatos la destripen. Los gatos me miran extrañados, en cierta manera saben que no me verán más, ni yo a ellos. Sólo el pelirrojo viene a despedirse de mi.

Oigo un motor. A estas horas no puede ser otro que el taxista. Entre los dos metemos la maleta en el maletero y nos metemos en el coche. El trayecto hacia el aeropuerto es corto. No hay nada de tráfico. El taxista no es muy hablador y yo tampoco estoy para dar mucha conversación. Que no pueda dormir de nervios no significa que no tenga sueño. Tengo un encefalograma plano.

Algunas veces me ha tocado ir en avión a horas intempestuosas como hoy. Cuando llegas a un aeropuerto antes de las cinco de la mañana, suele estar vacío. Pero en Israel hasta esto es diferente. Salgo del taxi y entro en el aeropuerto para encontrarme un ajetreo inesperado. Esta todo lleno de gente y sobre todo guardias. Sólo entrar ya intento buscar el mostrador donde dejar las maletas... iluso de mi. Un guardia me indica que me ponga a hacer cola. ¡Pero si todavía no se dónde está mi mostrador!

Hay una ristra de gente haciendo cola. Yo me adelanto para unirme a ellos. Pero antes de llegar al final de la cola una trabajadora del aeropuerto me mira de arriba a abajo y me hace pasar por una cola más pequeña. Deben considerarme un V.I.P., con estas melenas rubias parezco un cantante de rock... iluso otra vez.

La cola, aunque más corta, avanza mucho más lenta. Aquí nos han metido a los que vamos solos, mientras en la cola de al lado van los grupos. Al final de la cola hay más trabajadores del aeropuerto. Cuando llego al principio me atiende una y me pide el pasaporte. Yo se lo doy amablemente y procedo a contestar todas las preguntas que me hace. Curiosamente son pocas. Me dice que me espere un momento y va a hablar con otro compañero. Me empiezo a percatar de que esto no va a ser fácil. Por algo te dicen que estés en el aeropuerto tres horas antes de la hora de despegue.

La chica no vuelve. En su lugar viene otra con mi pasaporte. Esta me vuelve a hacer todas las preguntas, por si acaso me equivoco, y añade unas cuantas más. Cuando se da por satisfecha coge unas pegatinas con el número 5 y me pega una en cada maleta y otra en el pasaporte. También coge unos códigos de barras y me los pega al lado de los cincos. El cinco no es mi número favorito, pero será mejor no quejarme.

A partir de este punto se juntan las dos colas. A mi derecha hay un grupo de unos 15 españoles de unos cincuenta y largos. Las señoras son muy amables, pero llevan a un macho alfa tocacojones que pretende hacer que se cuelen todas. Delante mío hay un grupo de cuatro suizos jóvenes. Parece que los van a dejar pasar a todos. Yo me empiezo a poner un tanto nervioso por los gritos del macho alfa ibérico. No para de dar órdenes a las señoras para que se cuelen. Yo les aviso a los suizos de que más vale que hagan un poco de piña o perderemos el vuelo. Ni caso. Por suerte las mujeres son de armas tomar y pasan del macho ibérico. Al final no se nos cuelan todas, pese a la furia del Sr. Manolo López.

La cola se bifurca en dos un poco más adelante y el rebaño ibérico vuelve a arrejuntarse, para el jolgorio de su macho alfa. Yo me voy a la otra cola para no aguantarlos más. Con lo bien que está uno en país extraño, donde no se entienden las estupideces que dicen los demás. Las colas llevan a unos detectores de metales y rayos X para las maletas. El portátil me lo hacen sacar de la mochila y lo meten en un mini-bunker. Más de uno habrá explotado ya.

El detector y rayos X se hacen cortos, los israelís lo tienen bien montado. Ahora las colas se vuelven a fusionar todas en una. Los pardillos de los suizos se han metido detrás del rebaño y los he adelantado a todos. Eidrien, el especialista en colas, se vanagloria... ¡¡Iluso!! La cola desemboca en un mostrador cuadrado en el que están registrando las maletas.

Cuando me toca el turno otra chica me hace pasar y me pide que abra las maletas, después de haber utilizado un lector de códigos de barras. A mi derecha hay una pantalla, por la que, deduzco, debe aparecer el resultado de la foto de rayos X. Cuando no mira, saco la cabeza por encima del mostrador para verificar mi intuición. Estos israelís el tema de seguridad lo llevan bastante bien.

Vuelve a aparecer mi registradora. Ahora lleva en la mano un trasto que me recuerda al cepillo para limpiar los rastros de mierda del WC. Espero que esté limpio. La chica se dedica a restregar el cepillo por toda la maleta, incluso cogiendo uno a uno los objetos y quitándoles el polvo con él. Yo le pregunto para qué sirve el trasto pero se hace la sueca. Insisto y me dice que no me lo puede explicar... es TOP SECRET. Yo me imagino que debe ser un detector de sustancias peligrosas (altamente inflamables y/o explosivas), pero es mejor no mencionar ninguna de esas palabras en el aeropuerto.

Al cabo de 10 minutos de rastreo, mi maleta está toda del revés. La registradora, satisfecha con su trabajo, me dice que ya ha terminado y que me puedo marchar. Yo le pido si puedo volver a hacer me la maleta antes de irme. Ella me dice que si, sonriendo. Cuando acabo de hacerme la maleta por segunda vez, me doy cuenta de que todo el rebaño, junto con los suizos, me han vuelto a adelantar. Alguien me tiene manía.

Por fin puedo acceder al mostrador. No sin antes volver a hacer otra cola. Esta por suerte es la de toda la vida. Avanzas dándole pataditas a la maleta hasta que llegas al mostrador. Allí le enseño el papel que me dieron en las oficinas de El Al y encuentran mi billete sin problemas. ¡¡MENOS MAL!! Yo estaba acojonadito. Facturo el maletón y me voy directo a buscar un asiento cerca de la puerta del avión. Repetid conmigo... ¡ILUSO!

Al dirijirme hacia las puertas de embarque me doy cuenta de que la seguridad de aeropuerto no tiene fin. Ahora toca pasar otro control. Al menos he facturado la maleta y no me la volverán a registrar. Pero todavía llevo encima el portátil y la ropa. Cuando llego al inicio de la cola un agente me vuelve a pedir que me dirija a una cola en particular. La cola es con diferencia la más corta de todas. Empiezo a pensar que las colas cortas en Israel no son las más rápidas.

En la cola empiezo una conversación con un chico de unos veintipocos que tengo justo delante mío:

Chico - "¿Qué número te han dado?"
Yo - "¿Número de qué?

El chico me señala a la maleta del portátil y me dice:

Chico - "Un cinco. No está nada mal"
Yo - "¿El número tiene algún significado?"

Entonces el chico me explica el significado de los números. Son un indicador de tu potencial peligroso. Los números van del 1 al 6. El uno sólo se lo dan a los ciudadanos israelís, el seis a los terroristas. La verdad es que un cinco no está nada mal, y explica muchas cosas. En israel las colas cortas son más largas, porque son las colas de los "malos". Justo después de la explicación, llega otro más a la cola. Ahora somos cuatro en total. Yo le doy la bienvenida a la cola de los malos y se rie. Lo mejor es tomárselo con humor.

Me toca el turno, yo me espero lo peor. Soy malo... muy malo... casi terrorista. Saco el portatil de la bolsa, lo paso por el detector de rayos X y me empiezo a quitar los zapatos. Desgraciadamente este empieza a ser el procedimiento habitual en muchos aeropuertos. La dignidad de la persona se va erosionando poco a poco a favor de una supuesta seguridad. Me llevo una sorpresa cuando el guardia me indica que no hace falta que me los quite, que puedo pasar. Quizás me espere algo peor, pero va a ser que no. El guardia me deja pasar sin ponerme problemas. Esto ha sido demasiado fácil, echo de menos a mi interrogador argentino.

El aeropuerto no es demasiado grande, así que encuentro rápidamente la puerta de embarque y espero algo más de una hora a que nos dejen entrar al avión. Estoy demasiado cansado y ni siquera me apetece leer. Tampoco puedo dormirme, no sea que pierda el avión estando tan cerca. Cosa que a estas alturas me cabrearía mucho, pero no me sorprendería en absoluto.

Por fin nos permiten subirnos al avión. Yo tengo asiento de ventana, el mejor para poder dormir. Y eso hago durante todo el viaje. Ya tocaba!

Me despierto mientras aterrizamos en Londres. El aeropuerto de Heathrow es enorme y la puerta de embarque hacia Barcelona está en la otra punta. Tampoco tengo mucho tiempo para coger el siguiente, así que me doy prisa. Durante el vuelo de avión los gases de anoche se deben haber solidificado y caminar deprisa sólo consigue que la gravedad actúe más deprisa. El ritmo de los pasos sigue igual de rápido, pero el tamaño de las zancadas ha disminuido. Es difícil caminar rápido, apretando el culo y sin separar las nalgas. Pero es la mejor manera de encontrar lavabo antes del desastre.

Pregunto a un azafato por el lavabo. Me dice que al final del pasillo hay uno, pero no está seguro de donde. Asomo la cabeza y por el pasillo y mi barriga se queja... no veo el fin. A medida que voy caminando el final se empieza a hacer visible. Los pasos se van acortando y la velocidad incrementa. Los pocos peatones que van en la dirección opuesta me miran extrañados. El azafato tenía parte de razón, en el pasillo no hay lavabos.

Cuando consigo llegar al final, el destino me da una pequeña patada en el culo. Lugar muy apropiado. Aquí tampoco hay lavabo. Solamente hay unas escaleras que llevan al piso de abajo, donde el pasillo continúa. Por suerte éste no es tan largo y se ve el final desde aquí. Mis pasos se han vuelto tan cortos que ya ni siquiera doblo las rodillas. Simplemente me inclino hacia delante y camino casi de puntillas a toda velocidad.

He encontrado el lavabo. Todos los baños están ocupados excepto el de disminuidos. Yo siempre me he considerado (y me han considerado) un tipo bajito. Además, ahora no estoy como para entrar en discusiones semánticas. Me hago el cojo y entro en el lavabo espacioso. Cuando te estás yendo por la pata abajo, las cosas más sencillas se complican súbitamente. Sólo es necesario bajarse los pantalones, limpiar un poco la taza y poner papel antes de sentarse. Pero cuando uno tiene prisa lo intenta hacer todo a la vez. Con la mano izquierda me empiezo a desabrochar los pantalones, mientras con la derecha saco papel para limpiar la taza. Por suerte hay papel. Ya con los pantalones desabrochados y la taza suficientemente limpia (no creo que Don Limipio estuviera de acuerdo), paso a la siguiente fase: colocar el papel a modo de aislante en la taza mientras me bajo los pantalones. Con los años me he vuelto un crack en romper el papel con una mano, pero lo de alinearlo en la taza ya no se me da tan bien. Al final opto por hacer una cosa a la vez y utilizo las dos manos para colocar el papel. Me doy la vuelta y me siento mientras me bajo los pantalones. Mucho antes de llegar a depositar mi trasero encima del papel aislante, oigo a los gases en estado semisólido chapoteando cual niño en la bañera. Los pelillos de la columna se dedican a hacer la ola. Una babilla se me cae de satisfacción. Casi no llego.

Semejante placer no puede durar mucho. Los pasos de la gente por el lavabo me mantienen alerta. Estoy un poco paranoico y me parece ver una silla de ruedas pasar. Por si acaso, cuando salgo me vuelvo a hacer el cojo mientras me lavo las manos, pero no hay nadie en silla de ruedas esperando. A buscar la puerta de embarque.

La puerta resulta estar al lado de los lavabos. Me siento por ahí, cerca de los paneles informativos. Estoy un tanto intranquilo, porque no sale ninguna información de mi vuelo. Espero no habérmelo perdido mientras hacía peripecias defecatorias. Al cabo del rato se disipan mis temores, mi vuelo aparecen en el panel. Sigo sin tener muchas ganas de leer y ponerse a dormir tampoco es plan. Así que me dedico a ojear una revista de escalada que llevo encima.

Finalmente llega el avión y puedo embarcar. Esta vez no tengo ventana, pero puedo dormir igualmente. De tanto ir en avión uno se acostumbra a dormir en posiciones inverosímiles. En dos horas me planto en Barcelona.

Me vuelve a despertar el ajetreo previo al aterrizaje. No he podido dormir del tirón porque en este vuelo servían comida. Ahora estoy demasiado cansado como para pelearme por salir, así que dejo pasar a todos los que parecen tener más prisa que yo. Que no son pocos. Con el avión casi vacío cojo mi maleta de viaje y voy a la zona de recogida de equipajes. No tardan mucho en llegar las maletas y la mía es de las primeras.

Cuando salgo por la puerta busco una cara conocida. Vera me ha venido a buscar como me prometió. Pero no ha sido la única. Los buenos amigos son aquellos que aparecen cuando menos te lo esperas y te dan una sorpresa. Ya vuelvo a sentirme en casa, aunque con cierta nostalgia del viajero. Han sido unos meses increíbles. He visto muchas cosas y conocido mucha gente, incluso he hecho amigos. Espero que no pase mucho tiempo antes de que los vuelva a ver.

Hasta pronto.

Último día

Domingo 23 de Septiembre, 2007

Hoy es mi último día en Israel y va a ser un día largo. El avión sale por la madrugada, a las 5:30 con lo cual no voy a poder dormir mucho. Pero eso todavía no me preocupa, primero tengo que ir al laboratorio.

Como buen mediterráneo todavía tengo la maleta por hacer. No tengo intención de hacerla hasta la tarde, o la noche. Vaya, que ahora no me apetece. Lo primero que voy a hacer es ir al supermercado a comprar un par de cosas de primera necesidad: Tjina y falafel. Humus estaría bien, pero no creo que sea buena idea llevarse humus hasta España en la maleta, seguro que se pone malo.

En el supermercado no me cuesta mucho encontrar el Tjina. Compro un pote de concentrado que pesa un kilo. Espero que me dure al menos hasta la próxima vez que vuelva a Israel, o hasta que encuentre una tienda en Barcelona que lo venda. Los sobres de pasta de falafel no los encuentro por ninguna parte, seguro que Jose se llevó los últimos la semana pasada. Bueno, tengo lo principal.He traido mi propia bolsa de plástico. Reciclaje al poder. Ahora voy con ella hasta casa y dejo el Tjina encima de mi cama. Me marcho hacia el laboratorio.

En el laboratorio me cuesta seguir escribiendo el artículo. Todavía estoy esperando a que Gal y Gery me envíen sus comentarios, lo cual me temo que me va a llevar tiempo. A Gal cada vez que lo veo le suelto alguna ironía sobre el trabajo que tiene pendiente. Él se ríe, yo espero que surta efecto y que haga su parte lo suficientemente rápido como para no estresarme una semana antes de que venza el plazo para la conferencia a la que queremos enviar el artículo.

El último día me merezco un shawarma. La semana pasada no comí nada de carne, bueno casi nada. Ayer rompí el ayuno con la pedazo hamburguesa, así que ya no tiene sentido que me reprima. Se me cae la baba, mientras voy con Alón a buscar mi pedazo de carne en pita, pensando en el bocado que me espera.

La gente del laboratorio parece que hoy no tiene mucha prisa por comer, pero mi shawarma está ahí, encima de la mesa, pidiéndome a gritos que lo devore, lentamente. Mientras no convenzo a dos o tres más para que me acompañen a comer, voy comiendo verduritas especiadas que te regalan con el shawarma. Lo de comer poco a poco lo lleva claro, yo todavía tengo hambre acumulada y no tengo mucha paciencia.

Hoy por la noche me llevan a cenar Gery y Gal, por ser mi último día en Israel. Gal me comenta un par de opciones: un restaurante de hamburguesas guarras muy buenas y un argentino. Yo le cuento mis peripecias de ayer y mi ritual de adoración a Ham Burguedón, con lo cual acabamos por decidir que hoy toca argentino.

Curiosamente hoy me empiezan a preguntar sobre el destino de nuestros Ferraris. Yo los daba los dos por abandonados, a su suerte, a manos de Rami, Lizet y sus gatos. Pero parece que siempre encuentras algún alma caritativa que siempre había deseado transporte de lujo y esté dispuesto a mimarlo como se merece. O al menos eso espero.

Eli, un chico que estudia ingeniería y es un habitual del laboratorio, me pregunta si se puede quedar una de ellas. Le hago prometer que la cuidará y le dará a la ranita, que tiene por bocina, una hoja de lechuga diaria. Ahora la bici es suya. Me da cierta pena tener que separar a los Ferraris que tanto tiempo han pasado juntos... tantas aventuras. Pero cuando uno se hace mayor, hay que independizarse.

Gal, que ha oído la conversación de fondo, se ofrece a cuidar del otro Ferrari. Le vendrá bien en el laboratorio para poder ir por la universidad. Se va a convertir en el Ferrari Maverick. Me gusta. Pero antes toca negociar un poco su adquisición, Gal se ha ofrecido a hacer un trueque y yo no estoy dispuesto a recibir dinero, así que acordamos que la cena de hoy corre de su cuenta.

Todavía queda pendiente un pago con el casero. Hay que verificar que todo esté bien y falta por pagar la luz. Como Gal es el que se encargó de todo, se ofrece a venir al apartamento a lidiar con Rami. De paso su hermano, que se acaba de ir a vivir con su novia, vendrá a buscar el microondas, que nos ha prestado Gal durante estos meses.

Como el Ferrari de marchas se lo queda Eli, yo le pido que me dé el candado y me voy con Gal al apartamento. Por el camino, en el coche, Gal se pone al teléfono para darle instrucciones a su hermano de como llegar a mi apartamento. El pobre ya se ha perdido dos veces. A Gal le hincha de orgullo hablar de su hermano menor, más alto, más guapo y más inteligente que él. La verdad es que en cuanto a su aspecto físico no le quito razón, lo de la inteligencia queda por demostrar.

Rami está esperándonos en el jardín, rodeado de gatos. Cuando subimos al apartamento ellos empiezan a hablar en hebreo y yo no sigo la conversación. Los israelís siempre son muy gritones y gesticulan mucho, así que no me da la sensación de que Rami se esté quejando mucho, pese a lo que vocifera y la violencia con que mueve los brazos. En un momento dado señala al suelo de al lado de la cocinita, que esta un tanto guarro, y me señala, diciendo que me va a matar por cerdo. Gal me cuenta después que pretendía cobrar por la suciedad, pero que ha desisitido pronto.

El contador de la electricidad suma algo menos de 500 vatios hora, lo cual, a medio shekel el watio hora sólo suma 238 shekels que se le deben por la electricidad. Supongo que el agua entraba en el contrato, porque no debe tener forma de medir cuanta hemos utilizado. Le doy el dinero ipsofacto y se marcha después de haberlo contado dos veces. Yo le doy las gracias por el tiempo que hemos pasado aquí.

El hermano de Gal ha aprovechado el tiempo para llevar el horno microondas al coche. Ahora acaba de volver y yo le cuento que, si quiere, tenemos una olla y una sartén que compramos nuevas y que se las puede llevar. Es un poco tímido y la acepta amablemente, yo tampoco me las voy a llevar a España y Gal se ha portado muy bien, así que es un placer saber que van a recibir un buen uso.

Todavía falta que Gal se lleve el otro Ferrari. Hemos apreciado que no cabe entero en su maletero, pero Rami tiene unas llaves inglesas que nos sirven para desmontar la rueda delantera y así sí que cabe. Ya tengo las manos llenas de grasa otra vez, la última vez a causa de los Ferraris, es su manera de despedirse de mi.

Gal y su hermano se dan un abrazo para despedirse, se nota que se quieren mucho, y nosotros nos vamos en coche para el argentino. Gery ha llamado hace un momento para decir que también está de camino y para preguntar cómo llegar. El restaurante está en un parque tecnológico, que visto desde fuera no parece que vaya a albergar ningún restaurante. Gal aparca el coche en un descampado que hay delante y a lo lejos, cerca de una entrada al patio interior de los edificios, vemos a Gery esperando sentado en una valla de metal.

La zona está completamente vacía, nadie por aquí trabaja hasta tan tarde, exceptuando a los de los restaurantes. A parte del argentino, también hay un asiático de cocina fusión moderna. Tanto fusión como moderno son de esas palabras que no quieren decir nada pero molan porque están de moda. O están de moda porque molan, nunca estoy seguro del orden.

La carta del argentino consta mayormente de carnes. Entrecot, solomillo y brochetas de diferentes tamaños. Al final los tres nos pedimos un entrecot de medio kilo, ni más ni menos. Como la carne tarda un poco en cocinarse, también nos pedimos unos champiñones salteados con ajo y perejil y para beber vino y agua.

Los champiñones resultan estar buenísimos y duran bastante poco en el plato. La carne tarda un poco más. Cuando aparece, nos la traen en una bandeja encima de una especie de cuenco. Me imagino que el cuenco está lleno de algo caliente. Como el entrecot es tan grande, se trata de coger un pedazo y ponértelo en el plato para comer, mientras el resto se queda en la bandeja, donde mantiene la temperatura.

He aprendido, últimamente, a tomarme la comida con más calma. Yo siempre he sido el típico engullidor nato. Seguramente por culpa de alguna vida pasada en forma de pelícano. Pero cuando te ponen medio kilo de carne, que sabes que no se va a enfriar, puedes ir más despacio. Además la cena es muy animada, Gal y Gery me caen muy bien y charlamos alegremente de casi todo. Gery y Gal acaban antes que yo de comer, pero yo me lo acabo todo, a mi ritmo. Gal ha hecho trampas y no ha comido nada al mediodía para poder comer más ahora, Gery parece que se hubiera comido un entrecot incluso más grande todavía.

El vino ha durado toda la cena, estábamos más preocupados por comer que por beber. Yo en el último día me he trapiñado cerca de un kilo de carne, esto va a pasar factura. Gal y Gery se piden café pero a mi no me hace falta, ya estoy suficientemente nervioso por ser mi último día y no hay manera de hacerle hueco a un postre. La sobremesa es tanto o más animada que la comida, ahora no hay carne de por medio y charlamos un buen rato. Yo aprovecho un momento en el que hablamos de nuestro trabajo y les meto caña a los dos por no haber hecho su parte todavía. Nos reímos todos, en el fondo estamos contentos del trabajo realizado y creemos que promete. Este parece el principio de una colaboración que durará mucho tiempo.

El restaurante está vacío y ya va siendo hora de que nos vayamos. Sólo son las 10:30, se me hace muy raro que sea tan pronto, estos israelís son un poco nórdicos en cuanto a la hora de comer. Gal y Gery se ponen a discutir, en hebreo, sobre cuanto va a pagar cada uno. Yo me los miro y me divierte. Ellos se disculpan por hablar en hebreo, no es que no quieran que me entere, simplemente les es más fácil negociar en su lengua natal.

El camarero lo pasa bastante mal para satisfacer las exigencias de dos investigadores en inteligencia artificial intentando repartir los gastos de la cena. Hace falta repetir dos o tres veces los pagos por tarjeta de crédito, lo cual desenboca en una marea de papeles de factura y no se aclaran con cual hay que firmar. Al final se equivocan y firman el que no toca, pero no creo que le importe al pobre camarero. Lo importante es que alguien haya pagado.

A Gery le va de camino dejarme en casa, Gal tiene que ir en la dirección opuesta. Toca despedirse de él ahora. Gal me da un abrazo y nos damos mutuamente las gracias por haber dedicado este tiempo a colaborar. Me alegra el abrazo de Gal, no es muy habitual este tipo de contacto con un Israelí. Espero poder volver a visitarlo y colaborar más con él.

Gery me lleva al apartamento. Los dos coincidimos en que ha sido una lástima no poder colaborar más estrechamente, entre su viaje a Turquía, el miluim y el trabajo no podía dedicarme mucho tiempo. Gery está un tanto insatisfecho del mundo laboral y echa de menos la investigación. Me da las gracias por querer colaborar con él y devolverle la ilusión por hacer algo nuevo. Yo he aprendido mucho de ambos y también tengo muchas cosas que agradecer. Por lo pronto, que me haya traído hasta casa. Le digo a Gery, antes de subir a hacer la maleta, que si se pasa por Barcelona estaré encantado de hacer de guía, que no se me da nada mal.

Tengo tres horas antes de tener que marchar hasta el aeropuerto. El avión sale a las 5:30am y hay que estar al menos tres horas antes. Aprovecho para llamar a un taxi para que me venga a buscar a las 2:00am mientras empiezo a preparar la maleta.

No es que me haya comprado un montón de cosas. Para mí solo hay las zapatillas tortuga ninja, pero hay una bolsa llena de regalos. Repaso todo el cuarto para asegurarme que no me olvido nada unas 20 veces. Como me conozco, estoy seguro de dejarme algo siempre, la cuestión es que lo que te olvidas no sea nada importante. Esta vez, como pasa siempre, la maleta cuesta más de cerrar que cuando la hice al venir.

Todavía me queda bastante tiempo para que llegue el taxi a recogerme. De mientras aprovecho para escribirle una carta de despedida a Najum, el cual sólo la podrá leer cuando llegue de Sud América. Le he dejado un regalito en la lavadora, que tiene en la puerta de casa. Espero que utilice muy a menudo mi antigua bolsa de magnesio. Sé que le ha gustado mucho esto de escalar y así se acordará de mi. A mis caseros también les escribo una carta, dándoles las gracias por portarse tan amablemente con nosotros, también se la firmo, por si acaso me vuelvo un tipo famoso en el futuro, así podrá hacer un museo.

Como dormir no es una opción, mato el tiempo viendo capítulos de una serie en el ordenador. El taxi tardará aún un rato en llegar.

Lehitraot.

Quiero comidaaaaa!!

Sábado 22 de Septiembre, 2007

Son pocos los días que puedo quedarme en la cama hasta que me plazca, hasta que el cuerpo sea el que me pida que me levante. Hoy, cuando eso ha sucedido, me he dado cuenta de que todavía voy vestido con la ropa de ayer. Al final me quedé dormido antes de ponerme el pijama. Yom Kipur me ha dejado echo polvo. Además, resulta que me fui a dormir tan pronto que ahora son las 8:30am. El despertarse tan pronto no me molesta, porque sé que he dormido las horas que necesitaba el cuerpo. De todas maneras, como no tengo nada mejor que hacer, sigo tumbado en la cama haciendo el perro.

El perro... El mamón del perro que cada día, por la mañana, se dedica a explicarle al barrio entero, con pésimos modales, que él es el rey del mundo canino cuyo centro debe quedar más o menos a dos centímetros de mi tímpano izquierdo. Ahora si que ya no hay manera de seguir remoloneando en la cama.

No puedo desayunar nada de nada. La boca me sabe a rayos y me lavo los dientes, asegurándome de que escupo toda el agua que entra en la boca después de enjuagarla. La mañana se presenta bastante aburrida. He decidido realizar mi excursión biciclista por la autopista por la tarde, para que el sol no me haga sudar demasiado y para que tenga que esperar poco tiempo para poder beber.

Las horas pasan lentamente, no es menospreciable el tiempo que le dedicamos cada día a tareas relacionadas con la comida: preparar, engullir, limpiar... Me he pasado toda la noche soñando con una comida familiar en la que yo era el único que no quería comer, para después darme cuenta que estaba masticando un trozo de pollo rebozado.. ¡mierda! Ahora que estoy despierto el tema de conversación mental no cambia mucho. Cada dos por tres me estoy acordando de alguna receta o de algo relacionado con la comida. Por suerte no tengo sed y el hambre, después de retorcer el estómago durante un rato, siempre acaba por desaparecer.

Para no pensar en comida opto por hacer lo que hacen los judíos: pensar en todo lo malo que le has hecho a los demás en tu vida, lo cual no está mal como entretenimiento. Después de volver atrás hasta el colegio, cuando me peleaba con Claudio, un compañero de clase, ya no me quedan muchas cosas por rememorar. Algunas van saliendo haciendo pinceladas durante el día, pero no son lo suficiente para no aburrirme. Opto por leer.

Poco rato después me acabo el único libro que me quedaba por acabar, de los que me había traído a Israel. Pero siempre quedarán las peliculas. La primera que veo, "Pequeña Miss Sunshine" que me sorprende bastante, por ser una peli de una familia desestructurada americana que solo le llega a los tobillos a American Beauty, pero con vaya peliculón la estoy comparando.

Después de la peli ya es lo suficientemente tarde como para empezar la procesión hasta la autopista. Cojo la bici y me voy por las calles de Givat Shmuel hasta llegar a la salida principal a la autopista. Por las calles hay gente, pero no tanta como ayer y en la autopista hay más o al menos ahora los veo. Hay un grupo de niños, cerca de la gasolinera, que han montado un grupo en la autopista y se pasean en círculos. También hay familias que se pasean en bicicleta de un barrio a otro. En ese momento me doy cuenta de que me he olvidado la cámara de fotos en el apartamento y voy a buscarla. ¡Esto tengo que inmortalizarlo!

Con la cámara en mano, me dedico a hacer de paparazzi por las calles del barrio. Hago fotos a los niños y las familias paseando por en medio de la calle. Cuando llego a la autopista, el grupo de niños no solo sigue allí, sino que parece haber aumentado. Parece un piquete. Yo les hago unas fotos disimuladamente y después dejo la cámara para que me inmortalice a mi también, no iba a ser yo menos.

El paseito doble en bici ha conseguido que sude y el sudor, como todo el mundo sabe, es el predecesor de la sed. Cuando llego a casa son poco más de las 16:00 y todavía quedan dos horas para que acabe el suplicio. El hambre ha quedado relegada a la consciencia del fondo de la habitación y la omnipresente sed es ahora la reina. Para pensar en otra cosa no hay nada mejor que una película.

Ahora veo Brubaker, sobre una prisión corrupta y su remodelación a manos de un valiente Robert Redford. La película es muy buena, lo cual me mantiene alejado de la nevera el suficiente tiempo. Los últimos 20 minutos, antes de las 18:00, no puedo separar los ojos del reloj. Cuando finalmente dan las seis me meto un litro de zumo del tirón y durante los siguientes 45 minutos cae otro medio litro.

Dean llama por teléfono cuando, entre meada y meada, yo ya daba por hecho que se había olvidado de nuestra cita. Yo todavía no he comido nada para poder romper el ayuno con él. Dean me sugiere que coma algo para abrir el estómago, antes de que vayamos a comer juntos. Ahora me pasará a buscar.

Yo de mientras vuelvo al lavabo a mear otra vez y preparo un poco de salsa de tomate que sobro ayer de los espaguetis y me la como con una pita. La verdad es que tengo hambre. Dean aparece pronto, parece que no hay mucho tráfico, y me lleva a Tel Aviv a cenar una hamburguesa guarra en el puerto.

A Dean no le gusta nada Tel Aviv, ni la gente que suele vivir allí, ni como están montadas las calles. Dean sería capaz de guiarse en medio del desierto, pero en Tel Aviv tarda más de media hora en encontrar el puerto. Otro de los problemas de Tel Aviv es encontrar un sitio donde aparcar, por suerte en el puerto hay aparcamiento de pago y vale la pena dejarse los shekels.

Por la noche el puerto tiene bastante ambiente, hay una zona de restaurantes y bares bastante pijos en los que ni siquiera nos planteamos entrar. Yo voy vestido con pantalones cortos y zapatillas de deporte, Dean lleva el atuendo típico de un kibbutzero. Seguro que nos costaría entrar. Tanto como nos cuesta no girarnos cuando pasan las típicas frejot maqueadísimas, camino de su bar preferido. Dean dice que se puede saber como de frejot es una chica mediante dos parámetros: los zapatos y las uñas. Yo le doy la razón.

En la hamburguesería Agadir hay un guarda de seguridad y una chica que atiende a los que quieren entrar. Por suerte hay una mesa libre para dos y no tenemos que esperar. Según Dean las camareras de esta cadena son las más buenorras de Israel, a mi no me impresionan tanto. Cuando se acerca una a tomarnos nota nos pedimos unas limonadas y para comer las hamburguesas más grandes que tienen. Se acabó la semana sin carne.

A la media hora nos traen nuestras hamburguesas guarras, son grandes, muy grandes. Casi no me cabe entera en la boca, pero yo soy un experto engullidor de hamburguesas guarras. He vivido en Miami cuatro años y mis padres tenían un restaurante americano en Barcelona. ¿Para qué ser modesto?

Comer una mega-hamburguesa sin que se te desmorone tiene su gracia. Pero en realidad sólo hay dos reglas que, si las cumples, consiguen que es desastre sea mucho menor. Hay cosas que no se pueden evitar, como las gotas de salsa correteando entre los dedos y algún que otro trozo de lechuga cayendo al plato, pero ayudan un montón.

Los mandamientos de las Meghamburguesas:

- NO dejarás jamas la hamburguesa en el plato después de cogerla
- NO intentarás reagrupar la hamburguesa descarriada

El primer mandamiento es el más complicado de llevar a cabo. Sobre todo porque las hamburguesas suelen ser tan grandes que hace falta práctica y habilidad para ser capaz de cogerla con una sola mano. Es necesario cogerla con una sola mano para poder saborear alguna patata frita o darle un sorbo a tu bebida sin dejar la hamburguesa en el plato. Si no eres capaz de coger la hamburguesa con una sola mano, debes seguir comiendo hasta que seas capaz. Si no cumples este mandamiento, cuando vuelvas a coger la hamburguesa del plato, la furia del dios Ham Burguedón caerá como un rayo sobre tu hamburguesa, que horrorizada, huirá de entre la presa del panecillo e irá a parar al plato, o algún sitio peor, para la burla de todos los presentes.

El segundo mandamiento es de fácil aplicación. El problema reside en que el ser humano, por condición natural, pretende que su hamburguesa mantenga la forma inicial. ¡Olvidaos, o seres impíos, de la condición inicial de la hamburguesa! Tarde o temprano la hamburguesa acabará como una masa triturada de carne, verduras y harinas horneadas, dentro de vuestro estómago, atacada por ácidos y movimientos sexis. ¡No os preocupéis por que vuestra hamburguesa no sea la más bonita del lugar! ¡Acordáos de vuestro cometido! ¡¡EL NO DERRAMAMIENTO DE LA SUSTANCIA SAGRADA SOBRE EL PLATO INFERNAL!! Si la hamburguesa o alguno de sus componentes, comenzara a desviarse de su camino, y creedme que lo hará, no os queda más remedio que atacar a la porción hereje a base de mordiscos.

Terminado este breve inciso sobre como comerse una meghamburguesa, que me había olvidado de comentarle a Dean, lo cual se hace evidente por el estado de su plato, me auto-proclamo vencedor de la comida hamburguesil. Mi plato está prácticamente limpio, a parte de algunas gotas de sangre y un poco de lechuguita. Otra nota, todo lo que va al plato no debe volverse a comer, lo cual es consecuencia del primer mandamiento. Dean y yo no hemos tenido mucha oportunidad para charlar, dada la concentración necesaria para terminar nuestro cometido. Pero ahora, con una nueva limonada por estrenar, empezamos a hacer sobremesa.

La cena la pago yo, aunque Dean se queja un poco. No le gusta discutir sobre dinero así que no me cuesta imponer mi decisión, que a mi me parece de lo más justo. Dean me ha estado llevando por ahí en coche, enseñándome la pared para escalar y siendo mi primer amigo Israelí. Además me pagó dos entradas al rocódromo. Dean no me escucha, porque no quiere discutir, pero se siente extraño cuando le pagan la comida.

Después de todo el expectáculo nos volvemos en coche hacia mi casa. Antes de salir nos despedimos con un abrazo. Me he dado cuenta que la gente de por aquí no son muy proclives al contacto físico. Las chicas no dan besos al presentarse y un abrazo entre chicos se siente un poco extraño. Dean está fuerte y me llevo un par de palmadas en la espalda que me hacen venir el "eruptito" de después de comer. Antes de marcharme Dean tiene una última sorpresa, me ha regalado un poster de escalada. Yo no soy muy proclive a colgar posters, hace muuuchos años que no cuelgo nada en las paredes de mi habitación. Pero haré una excepción y quizás cambie mi manera de adornar el cuarto. Me alegro de haberte conocido Dean. Te espero en Barcelona para llevarte a escalar.

Son pasadas las doce y no se me ocurre nada mejor que irme a dormir, ya me quedan pocas cosas por hacer aquí y aún menos tiempo.

Lehitraot.

Empieza Yom Kipur

Viernes 21 de Septiembre, 2007

El despertador suena temprano, pero no por mucho tiempo. A los dos minutos vuelve a sonar, pero esta vez reconozco el ruido que proviene del teléfono. No recuerdo haber puesto el despertador en el móvil, así que debe ser un mensaje de Dean. Efectivamente, me dice que le llame cuando me despierte. Todavía estoy durmiendo y seguiré así unos minutos.

Dean es impaciente y llama al cabo de un cuarto de hora. No me queda más remedio que despertarme si pretendo mantener una conversación mínimamente coherente con él. En definitiva, Dean vendrá a buscarme, sale en diez minutos de su casa y me volverá a llamar cuando esté abajo. Ahora sí, me levanto y preparo algo de desayuno.

Hoy empieza Yom Kipur, el día en que Dios se sienta a decidir como le irá el año a cada uno de los judíos. Por lo tanto, es su última oportunidad de lamentarse por sus errores y suplicar clemencia. Los judíos practicantes se pasan todo Yom Kipur sin comer ni beber nada. Es como un shabbat, pero a lo bestia. Nada de trabajo y está prohibido por ley conducir por las calles. Yo no soy judío practicante, pero eso de ayunar me llama la atención y tengo pensado seguirlo a rajatabla. Me he comprado unos cuatro litros de zumo para beber antes de que empieze y después de que acabe: pre y post hidratación yomquipuriana.

Como no se puede conducir en Yom Kipur, solo podremos escalar hasta las 15:00, para que a Dean le dé tiempo de llevarme a casa y llegar a la suya. Así que iremos pronto a escalar. Dean me llama indicando que ya ha llegado. A mi me ha dado tiempo de comerme algo de fruta y preparar la mochila, con un litro de zumo y barritas de cereales.

Para nuestro asombro, en la explanada donde aparcamos el coche hay ya aparcados 5 coches más. Parece que hoy el lugar está concurrido. Al dar un vistazo, nos damos cuenta rápidamente que sólo hay dos parejas más escalando. El resto de los coches son de una familia numerosa (puede que del opus) que ha venido a montar unos rápel para divertirse.

Al poco rato de llegar, mientras calentamos, aparece otro coche con un par de escaladores que ya conocíamos del rocódromo. Ellos traen impresas las reseñas de la pared, lo cual nos va de muerte para escoger las vías. También se han enrollado dejándonos un par de cintas exprés por si las necesitamos en alguna vía.

Aunque tengo el hombro un poco resentido, de la caña que le he estado metiendo estos últimos días, hoy la virgen de la ascensión está de mi lado, como últimamente, y me da ánimos para encadenar dos vías nuevas a vista. Una de ellas un 6a con un techo majo. Dean también consigue escalarlas pero se ha cansado antes que yo.

Llegada la hora del descanso, Dean saca unos dátiles y yo las barritas de cereales y el zumo. De mientras nos sentamos en la roca que más se asemeja a un sofa, y disfrutamos de la vista a un pequeño asentamiento cerca de la frontera. A lo lejos se oye una explosión y aparece una humareda negra de entre las casas. Yo me extraño, pero a Dean ni se le tuerce una ceja. No sabe decirme cual ha sido el motivo de la explosión, pero tampoco parece preocuparle mucho. "Bienvenido a Israel" me comenta. Nadie de alrededor parece preocupado, así que mis sospechas, un tanto morbosas, de haber presenciado mi primer ataque de bomba, se desvanecen. Aunque Dean no me asegura que no lo haya sido, la probabilidad es baja.

El incidente abre una discusión sobre las guerras y los problemas que Israel está teniendo con sus vecinos últimamente. Dean ha sido militar durante los últimos cuatro años, de hecho es oficial. Así que su visión es la propia de un militar, aunque se nota que no es tan combativo como otros que me he encontrado. Casi todos los israelís quieren la paz, y Dean es uno de ellos. Pero hay algunos que creen que el ejercito solo empeora las cosas. Suelen ser los chicos de Tel Aviv, adinerados y que según las palabras de Dean "viven en una burbuja al margen de la realidad israelí." A mi me gusta saber su versión, en mi cabeza ya tengo muy presentes las ideas de los aburbujados... soy de Barcelona.

Después del kit kat, volvemos a escalar un rato más. Lo suficiente para darnos cuenta de que estamos los dos cansados. Por suerte, porque ya son horas de marcharse, si no queremos entrar en Yom Kipur conduciendo. Recogemos las cosas y nos marchamos hacia mi apartamento. Hoy es el último día que escalaremos juntos, por ahora. Dean ya sabe que en Barcelona tendrá un buen recibimiento y me lo llevaré a escalar por ahí.

Dean está sorprendido de que yo pretenda ayunar en Yom Kipur. En teoría eso no va conmigo, yo no soy judío. Pero no intenta quitarme la idea de la cabeza, de hecho para posponer la despedida, me propone que vayamos a cenar mañana juntos, para romper el ayuno y hacer otra cosa juntos que no sea escalar. Yo estoy encantado, nos veremos otra vez mañana.

Mientras espero en mi apartamento que empiece el Yom Kipur, técnicamente a las 17:00, me preparo un plato pequeño de espaguetis, empiezo a ver una película y tragar todo el líquido que me sea humanamente posible. La peli es Antwone Fischer, hace tiempo que tenía ganas de verla y no me ha defraudado. Poco antes de acabar la película, empieza Yom Kipur y a partir de entonces no se puede comer nada ni beber nada. Ahora lo que si que no puedo parar de hacer es ir a mear.

La verdad es que estoy muy cansado del día de escalada y me paso gran parte de la tarde y principios de la noche tumbado en el sofá o en la cama. Ya de noche se oyen, provenientes de la calle, gritos de niños que se lo están pasando en grande. Ya he descansado lo suficiente como para que la curiosidad pueda conmigo y salgo a la calle.

Efectivamente, no hay ningún coche circulando y la gente se comporta de manera extraña. Los peatones han vuelto a tomar el control de las calles aunque sea sólo durante un día. Las familias pasean por las calles asfaltadas como si de bulevares se tratara. Los niños van como locos haciendo carreras calle abajo con sus bicicletas, patines o patinetes sin mirar. Ahora son ellos los más rápidos de la calzada y no le temen a nada. Yo no me he traído la cámara porque al ser de noche no captaría gran cosa. No me queda más que hacer que observar.

Voy caminando por el vecindario, por en medio de la calle y sin mirar, como hacen el resto de los vecinos, hasta que llego a la autopista. Me siento en el quitamiedos y veo pasar gente caminando y otros en bicicleta. Es una visión bastante curiosa y me da cierta envidia. Me prometo a mi mismo que mañana cogeré la bici y me daré una vuelta por la autopista. Mientras observo durante más de un cuarto de hora, me doy cuenta que de vez en cuando si que pasa algún coche despistado, normalmente son policías o ambulancias que son los únicas que pueden moverse legalmente. Los coches van bastante lentos, no sea que atropellen a algún niño que se divierte en lo que, durante un día, es su territorio.

Me vuelvo a casa, caminando, y me doy cuenta de que la mayoría de la gente sigue calle arriba, voy a ver que se cuece. Al final de la calle hay una rotonda que está infestada de familias con sus niños y sus bicicletas haciendo vida social. Los niños menores de 13 años no tienen que ayunar y pueden sudar lo que les venga en gana. Los mayores no pueden hacer ningún tipo de trabajo y se sientan a charlar mientras mantienen el tercer ojo vigilando a sus retoños.

Al otro lado de la rotonda está el parque por el que Jose un día me llevó a correr. Hoy, aun siendo de noche, está repleto de chavales pasándoselo en grande. Yo me siento en uno de los pocos bancos apartados y solitarios que hay disponibles y miro como los niños se lo pasan pipa con una envidia creciente. A mi también me encantaría tirarme por los toboganes del parque, rebozarme por la arena de suelo o hacer la croqueta por la hierba aunque se me quede una mierda de perro pegada al pelo. Lo cierto es que no me explico porqué no lo hago y me quedo en el parque observando. Quizás esté cansado y no quiera empezar a tener sed tan pronto.

Cuando me canso de envidiar, vuelvo al apartamento. Donde sigo cansado y mi cama me acoje. Me quedaré dormido en cualquier momento.

Easy Fasting

Una visita, en parte

Jueves 20 de Septiembre, 2007

Al medio día voy solo a buscar comida. Alón le ha dado dinero a Mirom para que le compre algo en el comedor de la univesidad, pero yo me decido a salir a la zona de siempre a por comida. De camino hacia allí, hay un debate interno sobre si debería o no comer algo de carne. La verdad es que un shawarma entraría de vicio. Lo cual me hace babear. Pero al final consigo volverme fuerte y no paso por la tienda de shawarma y opto por comprarme un bocadillo "iraquí" de pan de molde integral.

El bocadillo está bastante bueno. Tiene berenjena, huevo duro, lechuga, tjina y pepinillo. El pepinillo me da un poco de repelús y normalmente pido que no lo pongan, pero hoy se me ha olvidado así que lo quito intentando tocarlo lo mínimo. Cuando vuelvo de comprar está Alón solo en el laboratorio, así que me imagino que Mirom todavía no ha vuelto con su comida. Me paso un rato esperando hasta que Alón me comenta que ya tiene la comida. Me pasa por no preguntar.

Después de comer recibo una llamada al móvil... es Leo. Leo es un compañero de universidad que también había estado dando vueltas por oriente medio pero antes de que yo llegara. Estuve chateando con otro amigo en común que se lo comentó. Ahora resulta que ha venido a pasar unos días en Israel para la boda de unos amigos. Leo se marcha hoy por la madrugada de vuelta a Barcelona. Tenemos unas horas por la noche para quedar y cenar antes de que se vaya. Me hace ilusión ver a alguien de Barcelona por aquí. Ninguno de mis amigos se ha dignado a venir a visitarme, pese a que les ofrecía alojamiento. YA OS VALE!

Leo ahora mismo está en Jerusalén, acabando con el convite. Me dice que cuando salga para Tel Aviv me vuelve a llamar y así tengo tiempo para ir hacia allí. Su modo de transporte es el taxi.

Dean me llama un poco más tarde para ver como me ha ido el día. Hoy no podré ir a escalar porque tengo cita, pero lo aplazamos para mañana por la mañana y así vamos otra vez a la pared cerca de Jerusalén. Habrá que volver pronto antes de que comience Yom Kippur.

Leo me vuelve a llamar unas horas más tarde, sorprendido de que todavía esté en el trabajo. Me dice que sale hacia Tel Aviv en quince minutos y que en una hora estará allí. Como los dos vamos a ir en taxi, quedamos en la puerta del Hotel Sheraton Plaza. El hotel en el que se hospedaba está delante y así podrá pedirles que le guarden la maleta.

Yo apuro unos minutos antes de marcharme a casa con la bici. Cuando llego llamo al servicio de taxis pero no consigo que me entiendan, o mejor dicho, yo no consigo entenderlos a ellos. Tengo otro teléfono pero no contestan. Por suerte a la tercera va la vencida y en 5 minutos tengo un taxi en la puerta.

Tanto apurar y pasa lo de siempre: llego tarde. Leo llevaba unos minutos esperando cuando aparezco yo en mi taxi en la puerta del Sheraton. Juntos cruzamos la calle y Leo consigue que le guarden la maleta. Como yo no tengo mucha idea de los sitios para comer por aquí, Leo toma la iniciativa y me lleva a un restaurante que conoce, donde, la verdad
sea dicha, se come bien por un buen precio.

Ya hacía
tiempo que no nos veíamos. Alguna vez después de la universidad habíamos coincidido en algún bar o con un amigo en común. Leo es muy dicharachero y nos sobra tiempo para ponernos al día.

Leo - "Pero cómo has acabado tu aquí?"
Yo - "Joder! Y tú?"

Respondidas las preguntas pertinentes sobre la vida de cada uno. Pasamos a nuestras impresiones sobre la vida en oriente próximo. Leo tiene varias amistades israelís y últimamente ha estado por Egipto y Jordania. Además trabaja en una agencia de viajes especializada en esta zona, así que sabe del tema más que yo.

Me alegra ver que muchas de las cosas que he observado él también las comparte. La conclusión más evidente es que en europa tenemos un grave problema de desinformación y mucha necesidad de decirles a los demás como debería resolver sus problemas.

Otro tema de conversación, casí inevitable hoy en día, son los precios de las viviendas en España y lo que cuesta pagar la hipoteca. Leo es un nuevo propietario, a la espera de llaves y yo me estremezco al oir lo que le toca pagar mensualmente de hipoteca. Leo es uno más de los que tiene que hacer el pino para llegar a fin de més.

En comparación, resultan irrisorios los precios de los pisos en Israel. Yo, personalmente, no me pienso comprar una casa en España, a no ser que encuentre un chollazo. Puesto que todo el mundo quiere una casa para tener algún sitio en el que caerse muerto, yo prefiero comprarmela en un sitio exótico, más barato, y morirme de placer. Israel de momento tiene números, pero el año que viene tengo intención de ir a Nueva Zelanda, así que se abre la fase de candidaturas.

Leo y yo acabamos de comernos nuestros platos de pasta con salsa de mar. Leo espagueti con cangrejo y mejillones y yo gnocci con mejillones, sepia y gambas. Si, lo sé, en la salsa había animales muertos, pero hoy al medio día he tenido que negociar para no comerme el shawarma que tanto me apetecía.

El camarero, que ha sido cordial durante toda la cena, nos ha apuntado en un papelito tres bares a los que ir a tomar algo. Pero a unos cien metros de camino hacia uno de los bares, me encuentro con Noam. Hay que ver que pequeño es el mundo, llevamos intentando ir a escalar durante más de un mes y ahora me lo encuentro dos veces en menos de una semana.

Noam iba con su novia, camino de una fiesta de cumpleaños. Nos ha dicho si queríamos ir con ellos y la idea nos ha parecido interesante. Nosotros tampoco sabíamos bien a donde íbamos, así que nos apuntamos.

El bar no queda muy lejos y llegamos en poco tiempo. El justo para charlar un poco con ellos dos, presentaciones incluidas. En la puerta hay dos seguratas que hablan con Noam y nos dejan pasar. Yo con las pintas que llevo, no hubiera pasado ningún control de seguratas en Barcelona.

Dentro del Bar Noam nos presenta a la chica cumplidora y la saludamos. Es la última vez que les dirijimos la palabra. Leo y yo tenemos suficientes cosas de que hablar como para ponernos a socializar a pocas horas de que se vaya en avión. El bar tiene música de la que yo escuchaba cuando era adolescente, lo cual me trae muchos recuerdos y buen rollo.

Leo y yo seguimos hablando de nuestras experiencias en Israel hasta que ya empieza a ser hora de que Leo vuelva para Barcelona. De camino al hotel, me cuenta como es la experiencia de coger el avión desde Israel. Él ya lo ha pasado otras veces y así que me pone sobre aviso. Ahora no voy a contar nada para no estropear la historieta, pero seguro que va a ser divertido, visto bajo el síndrome de Estocolmo. Hecho de menos al argentino.

De vuelta al hotel, nos esperamos en la calle a ver si conseguimos parar a un taxi para que yo me vaya a casa. Todos los que pasan parecen estar libres pero ninguno para, al final optamos por pasar a buscar la maleta primero. Leo consigue su maleta y el recepcionista llama a un par de taxis para nosotros. El de Leo llega primero y nos despedimos. Cuando vuelva a Barcelona me prometo hacer esfuerzo de memoria para quedar, se me acumula la faena.

Mi taxi tarda un poco más en llegar, pero por suerte resulta ser un tio bastante majo. Está un poco confuso, me pregunta por qué un tipo joven, guapo, cachas y ... dejémoslo en joven, va un jueves tan pronto por la noche a un barrio tan aburrido. Yo le digo que es doloroso tener que madrugar un viernes, pero que valdrá la pena.

De camino le cuento lo que estoy haciendo en Israel. Al principio se piensa que soy rico, porque puedo seguir estudiando a estas alturas. Lo de ser rico no lo tengo muy claro, pero le explico que puedo seguir estudiando porque me pagan por ello, y todo pagado por el estado. Que sepáis que ya tenemos otro fan español, él también quiere que le paguen por estudiar. A LA COLA!!

Laila tov.

Último día en el rocódromo

Miércoles 19 de Septiembre, 2007

Hoy es el día de la fruta en la semana de la verdura. Se me va a quedar cara de conejo. Desayuno con calma y voy a recoger la ropa de la lavandería. Todavía no he sacado dinero, pero tengo el suficiente para pagar por la colada, por los pelos.

Gal hoy se marcha a Suiza para una defensa de una tesis. Le pagan por estar en el tribunal, está hecho toda una estrella el tío. Yo tengo que modificar todas las cosas que comentamos ayer para entregárselas antes de que se vaya, así no corregirá algo que ya he cambiado.

Llega la hora de cenar y tengo que recordarles a Alón y Yehuda, los únicos dos que están por aquí, de que hoy no voy a salir a comprar nada. Yehuda tiene mucha curiosidad por mi elección de comer solo fruta durante un día. Cada vez me vuelvo más rápido explicándolo y creo que más convincente.

Gal se marcha poco después de comer y yo sigo trabajando en otras partes del artículo que hasta ahora estaban vírgenes. Me dedico a explicar los experimentos realizados e intento dar forma a los datos resultantes a modo de gráficas.

Dean me ha llamado al salir del trabajo para decirme que vamos a ir a escalar. Hoy el teléfono ha estado sonando a menudo. Primero con mensajes con Noam, un chico israelí con el que todavía no habíamos encontrado día en común para ir a escalar. Parece que hoy por fin ha llegado el momento y vendrá hacia las 20:00. Dean me recogerá a las 19:00 y Alón vendrá al rocódromo cuando acabe de trabajar y correr.

Yo me marcho al apartamento a prepararme hacia las seis y cuarto. Primero paso por el banco a sacar dinero. Saco el suficiente para pasar el resto del tiempo que me queda aquí, teniendo en cuenta taxis y demás imprevistos. Supongo que me sobrará.

Un poco más tarde de lo acordado, gracias a la excusa de siempre, Dean llega a recogerme y vamos directos al rocódromo. Hoy le he traído una revista con fotos de escalada que le voy a regalar. Llegamos al rocódromo y está a reventar. Hay un montón de gente escalando, pero por suerte hay rutas para escalar de primero libres. Lo primero es calentar, hoy quiero sacar partido de mi último día en el gimnasio.

Dean empieza directo con su prueba temida, pero no lo consigue. La naranja mecánica gana la batalla una vez más. Yo sé que Dean acabará ganando la guerra, pero me hubiera gustado ver el momento de felicidad en directo. Por mi parte todavía tengo tres o cuatro batallas pendientes, pero primero me caliento en una ruta fácil para ir acostumbrando al cuerpo. Después me pongo con un 6b que me llevaba volviendo loco desde el principio de mis andanzas por aquí y (¡cómo me encanta decirlo!) lo he conseguido, si señor!!!

Justo después suena mi teléfono, Noam ya ha llegado al rocódromo y nos charlamos un poco. Noam no es muy proclive a escalar de primero, lo cual es mejor porque así en cuanto llegue Alón los emparejaré a los dos sin piedad. De momento va a ir a calentar y yo aprovecho para fulminar otra ruta pendiente. Esta es más reciente y es de otro estilo. Es como una escalera gigante de dos escalones y una rampa al final, pero visto desde abajo. Las presas son más grandes pero es más atletica. ¡Si señor! Está también ha caído. No puedo contener la alegría y me pongo a bailar ... ¡MA - YO - NE - SA! Ellamebatecomohaciendomayo-ne-sa!!

Ahora ya solo me quedan dos batallas pendientes, pero me doy cuenta de que una de ellas ya no existe. Han quitado los tres últimos pasos de una ruta que no había conseguido en redpunkt, sólo me faltaba el último paso. Un dinámico tocapelotas. Y la otra pendiente nunca la consigo encontrar libre. Así que sólo me queda intentar divertirme con rutas nuevas, todas ellas son ya 6b. ¡Qué divertido!

Alón aparece mientras estoy asegurando a Dean en una ruta bastante interesante. Noam ya había escalado un poco y los presento a todos. Sin piedad hago la ceremonia y los declaro pareja. Ellos dos se van a escalar en la zona toprope que es lo que les divierte de verdad.

Las rutas que pruebo son jodidamente desplomadas y no pretendo hacerlas del tirón a la primera. Pero acabarlas si que lo pretendo. Lástima que no siempre se consigue lo que se pretende. Una de ellas si que cae, pero la otra no tengo suficientes fuerzas para acabar el último paso. Los bíceps ya no dan más de sí.

Dean ha notado un dolor fuerte en el antebrazo y será mejor que no siga escalando, el viernes volveremos a ir y no es plan de que se lesione aquí. Yo, después del último esfuerzo, también he empezado a notar el hombro así que damos el día por acabado. Antes de irme le hago el favor a Alón de dejarle mis pies de gato. Ya me los devolverá mañana.

Durante la mayor parte de la estancia en el rocódromo mi estómago ha estado rugiendo como un león espantando a un grupo de hienas. Lástima que solo haya fruta para saciar el apetito, aunque hubiera otra cosa tampoco me la iba a comer. El día de la fruta es el día de la fruta.

Lehitraot.

Reunión matutina

Martes 18 de Septiembre, 2007

Si, es él otra vez. Se han confabulado los espíritus electrónicos en mi contra. El despertador vuelve a las andadas, y poco me sirve de consuelo el hecho de que haya sido yo mismo el que le haya obligado a despertarme. El manotazo se lo lleva.

No puedo quedarme en las nubes, así que me siento al borde de la cama y sin pensar me levanto hacia la cocina. Cojo un yogurt y un par de piezas de fruta y desayuno rápido.

Ya no me acordaba de lo dura que va la cadena de la bicicleta oxidada. Por suerte es suficientemente temprano como para que el sol no moleste demasiado. Algo de bueno tenía que tener el comienzo del día. Han puesto a un guarda de seguridad nuevo en la entrada habitual y le gusta hacer el trabajo bien. Toca encontrar el pasaporte de entre la mochila y esperar a que lo mire, me mire a mi, lo mire otra vez y sonría mientras me dice algo en hebreo que no entiendo.

Gal ha llegado antes que yo al laboratorio. Se siente extraño llegando tan pronto y no encontrándose a nadie que le atormente con preguntas. Yo no soy de los que le molesta muy a menudo, así que me viene a molestar él a mi. Supongo que necesita mantenerse despierto. Yo le pregunto si ya se ha leído la primera versión del artículo y confiesa que no. Así que refunfuña y se vuelve al despacho a leer un poco más antes de reunirnos. Gery llega tarde.

Al fin llega Gery y le echa la culpa al tráfico. Es la escusa poco creíble que utiliza todo el mundo. Si siempre hay tráfico ya no es escusa para llegar tarde, hay que planificar y salir antes. Algo que no se nos da bien a los Mediterráneos como conjunto.

En la reunión me machacan, pero me lo tomo bien. Yo me he matado a definir metódicamente cada una de las cosas que hay que definir, pero no me he molestado mucho en exponerlo de una manera cómoda para el lector. Tienen razón y haré lo posible por remediarlo en los próximos días. Lo bueno de ser novato en esto de escribir artículos es que se da por hecho que no vas a saber redactarlos. Lo más gracioso es que me tienen por un loco de esos a los que les encanta la teoría, algo que no es del todo cierto. La teoría es un gusto adquirido que me han inculcado mis directores de tesis y mi amigo matemático.

Después de la reunión llega un poco de estrés, ya tengo trabajo para rato y no tengo intención de dejarlo todo para dos días antes de la fecha de entrega, que es lo que suele hacer Gal. Intento hacerle comprometerse a una fecha dos semanas antes de la de entrega, así me aseguro al menos una semana antes tenerlo hecho.

A la hora de comer me voy con Alón a la zona de los shawarmas. Últimamente solo como falafel, por eso de que no llevan carne. Hoy no va a ser diferente, estoy en la semana de las verduras. Espero no volverme loco soñando con hamburguesas y esas cosas.

Aunque haya llegado pronto al trabajo, salgo relativamente tarde. Supongo que siento algo de remordimientos por no haber venido ayer. El problema de saber que vas a estar muchas horas en un sitio y no tener la presión de entregar nada, hace que el ritmo sea menor. Soy de los que creo que trabajando menos horas, podrías incluso sacar más provecho.

En casa tengo poca comida, me he olvidado de sacar dinero y no puedo ir a comprar nada. Tengo lo suficiente para inventarme una ensalada, aunque parte de la lechuga hay que tirarla porque ha pasado a ser de consistencia viscosa, rollo moco. Con las zanahorias, el tomate, la cebolla y unas cuantas nueces consigo no sentirme del todo como un rumiante. Después de cenar leo un poco hasta irme a dormir.

Laila tov.