De vuelta a casa

Lunes 24 de Septiembre, 2007

No he podido dormir en todo el rato, cosa que ya me esperaba. Mi nerviosismo, unido a la cantidad de carne que he comido en los últimos días, producen un efecto harto molesto. Ya tengo la maleta hecha pero no paro de dar vueltas por la casa mirando de no dejarme nada importante. El hecho de caminar hace que mis flatulencias se esparzan por la casa. Eso junto con las ventanas abiertas, hacen soportable el olor. O quizás yo ya estoy acostumbrado.

Para evitar malos rollos con el taxista decido bajar un cuarto de hora antes de tiempo. Una vez abajo con la maleta, dejo la carta para Rami y Lizet encima de una de las mesas del patio de la entrada. Espero que la encuentren antes de que los gatos la destripen. Los gatos me miran extrañados, en cierta manera saben que no me verán más, ni yo a ellos. Sólo el pelirrojo viene a despedirse de mi.

Oigo un motor. A estas horas no puede ser otro que el taxista. Entre los dos metemos la maleta en el maletero y nos metemos en el coche. El trayecto hacia el aeropuerto es corto. No hay nada de tráfico. El taxista no es muy hablador y yo tampoco estoy para dar mucha conversación. Que no pueda dormir de nervios no significa que no tenga sueño. Tengo un encefalograma plano.

Algunas veces me ha tocado ir en avión a horas intempestuosas como hoy. Cuando llegas a un aeropuerto antes de las cinco de la mañana, suele estar vacío. Pero en Israel hasta esto es diferente. Salgo del taxi y entro en el aeropuerto para encontrarme un ajetreo inesperado. Esta todo lleno de gente y sobre todo guardias. Sólo entrar ya intento buscar el mostrador donde dejar las maletas... iluso de mi. Un guardia me indica que me ponga a hacer cola. ¡Pero si todavía no se dónde está mi mostrador!

Hay una ristra de gente haciendo cola. Yo me adelanto para unirme a ellos. Pero antes de llegar al final de la cola una trabajadora del aeropuerto me mira de arriba a abajo y me hace pasar por una cola más pequeña. Deben considerarme un V.I.P., con estas melenas rubias parezco un cantante de rock... iluso otra vez.

La cola, aunque más corta, avanza mucho más lenta. Aquí nos han metido a los que vamos solos, mientras en la cola de al lado van los grupos. Al final de la cola hay más trabajadores del aeropuerto. Cuando llego al principio me atiende una y me pide el pasaporte. Yo se lo doy amablemente y procedo a contestar todas las preguntas que me hace. Curiosamente son pocas. Me dice que me espere un momento y va a hablar con otro compañero. Me empiezo a percatar de que esto no va a ser fácil. Por algo te dicen que estés en el aeropuerto tres horas antes de la hora de despegue.

La chica no vuelve. En su lugar viene otra con mi pasaporte. Esta me vuelve a hacer todas las preguntas, por si acaso me equivoco, y añade unas cuantas más. Cuando se da por satisfecha coge unas pegatinas con el número 5 y me pega una en cada maleta y otra en el pasaporte. También coge unos códigos de barras y me los pega al lado de los cincos. El cinco no es mi número favorito, pero será mejor no quejarme.

A partir de este punto se juntan las dos colas. A mi derecha hay un grupo de unos 15 españoles de unos cincuenta y largos. Las señoras son muy amables, pero llevan a un macho alfa tocacojones que pretende hacer que se cuelen todas. Delante mío hay un grupo de cuatro suizos jóvenes. Parece que los van a dejar pasar a todos. Yo me empiezo a poner un tanto nervioso por los gritos del macho alfa ibérico. No para de dar órdenes a las señoras para que se cuelen. Yo les aviso a los suizos de que más vale que hagan un poco de piña o perderemos el vuelo. Ni caso. Por suerte las mujeres son de armas tomar y pasan del macho ibérico. Al final no se nos cuelan todas, pese a la furia del Sr. Manolo López.

La cola se bifurca en dos un poco más adelante y el rebaño ibérico vuelve a arrejuntarse, para el jolgorio de su macho alfa. Yo me voy a la otra cola para no aguantarlos más. Con lo bien que está uno en país extraño, donde no se entienden las estupideces que dicen los demás. Las colas llevan a unos detectores de metales y rayos X para las maletas. El portátil me lo hacen sacar de la mochila y lo meten en un mini-bunker. Más de uno habrá explotado ya.

El detector y rayos X se hacen cortos, los israelís lo tienen bien montado. Ahora las colas se vuelven a fusionar todas en una. Los pardillos de los suizos se han metido detrás del rebaño y los he adelantado a todos. Eidrien, el especialista en colas, se vanagloria... ¡¡Iluso!! La cola desemboca en un mostrador cuadrado en el que están registrando las maletas.

Cuando me toca el turno otra chica me hace pasar y me pide que abra las maletas, después de haber utilizado un lector de códigos de barras. A mi derecha hay una pantalla, por la que, deduzco, debe aparecer el resultado de la foto de rayos X. Cuando no mira, saco la cabeza por encima del mostrador para verificar mi intuición. Estos israelís el tema de seguridad lo llevan bastante bien.

Vuelve a aparecer mi registradora. Ahora lleva en la mano un trasto que me recuerda al cepillo para limpiar los rastros de mierda del WC. Espero que esté limpio. La chica se dedica a restregar el cepillo por toda la maleta, incluso cogiendo uno a uno los objetos y quitándoles el polvo con él. Yo le pregunto para qué sirve el trasto pero se hace la sueca. Insisto y me dice que no me lo puede explicar... es TOP SECRET. Yo me imagino que debe ser un detector de sustancias peligrosas (altamente inflamables y/o explosivas), pero es mejor no mencionar ninguna de esas palabras en el aeropuerto.

Al cabo de 10 minutos de rastreo, mi maleta está toda del revés. La registradora, satisfecha con su trabajo, me dice que ya ha terminado y que me puedo marchar. Yo le pido si puedo volver a hacer me la maleta antes de irme. Ella me dice que si, sonriendo. Cuando acabo de hacerme la maleta por segunda vez, me doy cuenta de que todo el rebaño, junto con los suizos, me han vuelto a adelantar. Alguien me tiene manía.

Por fin puedo acceder al mostrador. No sin antes volver a hacer otra cola. Esta por suerte es la de toda la vida. Avanzas dándole pataditas a la maleta hasta que llegas al mostrador. Allí le enseño el papel que me dieron en las oficinas de El Al y encuentran mi billete sin problemas. ¡¡MENOS MAL!! Yo estaba acojonadito. Facturo el maletón y me voy directo a buscar un asiento cerca de la puerta del avión. Repetid conmigo... ¡ILUSO!

Al dirijirme hacia las puertas de embarque me doy cuenta de que la seguridad de aeropuerto no tiene fin. Ahora toca pasar otro control. Al menos he facturado la maleta y no me la volverán a registrar. Pero todavía llevo encima el portátil y la ropa. Cuando llego al inicio de la cola un agente me vuelve a pedir que me dirija a una cola en particular. La cola es con diferencia la más corta de todas. Empiezo a pensar que las colas cortas en Israel no son las más rápidas.

En la cola empiezo una conversación con un chico de unos veintipocos que tengo justo delante mío:

Chico - "¿Qué número te han dado?"
Yo - "¿Número de qué?

El chico me señala a la maleta del portátil y me dice:

Chico - "Un cinco. No está nada mal"
Yo - "¿El número tiene algún significado?"

Entonces el chico me explica el significado de los números. Son un indicador de tu potencial peligroso. Los números van del 1 al 6. El uno sólo se lo dan a los ciudadanos israelís, el seis a los terroristas. La verdad es que un cinco no está nada mal, y explica muchas cosas. En israel las colas cortas son más largas, porque son las colas de los "malos". Justo después de la explicación, llega otro más a la cola. Ahora somos cuatro en total. Yo le doy la bienvenida a la cola de los malos y se rie. Lo mejor es tomárselo con humor.

Me toca el turno, yo me espero lo peor. Soy malo... muy malo... casi terrorista. Saco el portatil de la bolsa, lo paso por el detector de rayos X y me empiezo a quitar los zapatos. Desgraciadamente este empieza a ser el procedimiento habitual en muchos aeropuertos. La dignidad de la persona se va erosionando poco a poco a favor de una supuesta seguridad. Me llevo una sorpresa cuando el guardia me indica que no hace falta que me los quite, que puedo pasar. Quizás me espere algo peor, pero va a ser que no. El guardia me deja pasar sin ponerme problemas. Esto ha sido demasiado fácil, echo de menos a mi interrogador argentino.

El aeropuerto no es demasiado grande, así que encuentro rápidamente la puerta de embarque y espero algo más de una hora a que nos dejen entrar al avión. Estoy demasiado cansado y ni siquera me apetece leer. Tampoco puedo dormirme, no sea que pierda el avión estando tan cerca. Cosa que a estas alturas me cabrearía mucho, pero no me sorprendería en absoluto.

Por fin nos permiten subirnos al avión. Yo tengo asiento de ventana, el mejor para poder dormir. Y eso hago durante todo el viaje. Ya tocaba!

Me despierto mientras aterrizamos en Londres. El aeropuerto de Heathrow es enorme y la puerta de embarque hacia Barcelona está en la otra punta. Tampoco tengo mucho tiempo para coger el siguiente, así que me doy prisa. Durante el vuelo de avión los gases de anoche se deben haber solidificado y caminar deprisa sólo consigue que la gravedad actúe más deprisa. El ritmo de los pasos sigue igual de rápido, pero el tamaño de las zancadas ha disminuido. Es difícil caminar rápido, apretando el culo y sin separar las nalgas. Pero es la mejor manera de encontrar lavabo antes del desastre.

Pregunto a un azafato por el lavabo. Me dice que al final del pasillo hay uno, pero no está seguro de donde. Asomo la cabeza y por el pasillo y mi barriga se queja... no veo el fin. A medida que voy caminando el final se empieza a hacer visible. Los pasos se van acortando y la velocidad incrementa. Los pocos peatones que van en la dirección opuesta me miran extrañados. El azafato tenía parte de razón, en el pasillo no hay lavabos.

Cuando consigo llegar al final, el destino me da una pequeña patada en el culo. Lugar muy apropiado. Aquí tampoco hay lavabo. Solamente hay unas escaleras que llevan al piso de abajo, donde el pasillo continúa. Por suerte éste no es tan largo y se ve el final desde aquí. Mis pasos se han vuelto tan cortos que ya ni siquiera doblo las rodillas. Simplemente me inclino hacia delante y camino casi de puntillas a toda velocidad.

He encontrado el lavabo. Todos los baños están ocupados excepto el de disminuidos. Yo siempre me he considerado (y me han considerado) un tipo bajito. Además, ahora no estoy como para entrar en discusiones semánticas. Me hago el cojo y entro en el lavabo espacioso. Cuando te estás yendo por la pata abajo, las cosas más sencillas se complican súbitamente. Sólo es necesario bajarse los pantalones, limpiar un poco la taza y poner papel antes de sentarse. Pero cuando uno tiene prisa lo intenta hacer todo a la vez. Con la mano izquierda me empiezo a desabrochar los pantalones, mientras con la derecha saco papel para limpiar la taza. Por suerte hay papel. Ya con los pantalones desabrochados y la taza suficientemente limpia (no creo que Don Limipio estuviera de acuerdo), paso a la siguiente fase: colocar el papel a modo de aislante en la taza mientras me bajo los pantalones. Con los años me he vuelto un crack en romper el papel con una mano, pero lo de alinearlo en la taza ya no se me da tan bien. Al final opto por hacer una cosa a la vez y utilizo las dos manos para colocar el papel. Me doy la vuelta y me siento mientras me bajo los pantalones. Mucho antes de llegar a depositar mi trasero encima del papel aislante, oigo a los gases en estado semisólido chapoteando cual niño en la bañera. Los pelillos de la columna se dedican a hacer la ola. Una babilla se me cae de satisfacción. Casi no llego.

Semejante placer no puede durar mucho. Los pasos de la gente por el lavabo me mantienen alerta. Estoy un poco paranoico y me parece ver una silla de ruedas pasar. Por si acaso, cuando salgo me vuelvo a hacer el cojo mientras me lavo las manos, pero no hay nadie en silla de ruedas esperando. A buscar la puerta de embarque.

La puerta resulta estar al lado de los lavabos. Me siento por ahí, cerca de los paneles informativos. Estoy un tanto intranquilo, porque no sale ninguna información de mi vuelo. Espero no habérmelo perdido mientras hacía peripecias defecatorias. Al cabo del rato se disipan mis temores, mi vuelo aparecen en el panel. Sigo sin tener muchas ganas de leer y ponerse a dormir tampoco es plan. Así que me dedico a ojear una revista de escalada que llevo encima.

Finalmente llega el avión y puedo embarcar. Esta vez no tengo ventana, pero puedo dormir igualmente. De tanto ir en avión uno se acostumbra a dormir en posiciones inverosímiles. En dos horas me planto en Barcelona.

Me vuelve a despertar el ajetreo previo al aterrizaje. No he podido dormir del tirón porque en este vuelo servían comida. Ahora estoy demasiado cansado como para pelearme por salir, así que dejo pasar a todos los que parecen tener más prisa que yo. Que no son pocos. Con el avión casi vacío cojo mi maleta de viaje y voy a la zona de recogida de equipajes. No tardan mucho en llegar las maletas y la mía es de las primeras.

Cuando salgo por la puerta busco una cara conocida. Vera me ha venido a buscar como me prometió. Pero no ha sido la única. Los buenos amigos son aquellos que aparecen cuando menos te lo esperas y te dan una sorpresa. Ya vuelvo a sentirme en casa, aunque con cierta nostalgia del viajero. Han sido unos meses increíbles. He visto muchas cosas y conocido mucha gente, incluso he hecho amigos. Espero que no pase mucho tiempo antes de que los vuelva a ver.

Hasta pronto.

1 comment:

Anonymous said...

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